Ignoro en qué momento nos convertimos en chusma, de la misma manera que imagino que cada uno de nosotros ignoramos si hubo un instante concreto para empezar a albergar en nuestro interior malas ideas y acciones o si fue un proceso invisible a nuestros ojos y que no metiera ruido en nuestro interior. Tal vez no sea tanto un proceso como, sin más, que siempre ha sido así, aunque pusiésemos y pongamos lo mejor de nosotros mismos para negarlo. Como sociedad esa maldad es más evidente y amparados en la masa podemos practicar acciones de manera impune que tal vez –o casi seguro– no haríamos jamás con el afectado o la afectada delante.

Cuando en las redes sociales lees que a mengano o a mengana les han pillado en un vídeo de contenido sexual y que el vídeo está circulando por todas partes rara vez piensas en que mengano o mengana son unos seres humanos como tú, sino que son esos que salen en la televisión, que son actores o cantantes o actrices: famosos. No son personas del todo. Por tanto, como no lo son, tampoco te pones a pensar mucho en las consecuencias que puede tener que tú veas ese vídeo o que lo reenvíes o que colabores en su difusión. Aunque si somos sinceros, tampoco cuando el afectado o la afectada no son famosos te planteas mucho el asunto: se trata de un riesgo de la vida y de algo que lleva circulando desde que se inventó Internet. Es carnaza para las fieras que somos al otro lado de la pantalla, mientras que quien ha visto su intimidad ultrajada afronta posiblemente los peores días de su vida, a veces con consecuencias trágicas. Ahora le ha tocado el turno a Santi Millán, pero la lista es inmensa y seguirá creciendo. El actor ha manifestado algo que es profundamente cierto y lo único que realmente hay que decir ante algo así: esto es un delito. Es la única realidad, todas las valoraciones morales añadidas son irrelevantes y solo incumben a los implicados.