MENUDA fiesta en Génova anoche. Ni en los sueños más húmedos de Alberto Núñez Feijóo cabía una victoria semejante. Los populares se llevan la cantada mayoría absoluta de Madrid comunidad, la de la capital del reino, y de propina, la mayor parte de las piezas codiciadas. Eso empieza por la Comunitat valenciana, sigue por Aragón y Baleares y un porrón de capitales de provincia. En buena parte de los casos, pactando con Vox, lo cual es un detalle menor puesto que los abascálidos, por mucho que se suban a la parra de las exigencias, acabarán cediendo a la evidencia: si no colaboran, dejarán que gobierne la “malvada izquierda”. Y por ahí no se ha pasado.

En la contraparte, la derrota del PSOE ha sido estratosférica e inesperada. Tenían calculados algunos riesgos, pero jamás una debacle como la que les han deparado las urnas de esta noche, donde malamente y por los pelos han conservado algunos de los feudos.

Con todo, la victoria del PP va más allá de las plazas conquistadas y reconquistadas. Los populares han conseguido hacer verdad el mantra de la primera vuelta. Ahora se les abre una cuesta abajo que desemboca en Moncloa a finales de año, y con muy pocas opciones de revertir lo que ya parece un designio inalterable.

Pero la peor noticia es que el tsunami azul no solo ha pasado por encima del PSOE. Ha arrasado también, y de forma especialmente cruel, a Podemos, que ha sufrido una serie de humillaciones a cada cual más dolorosa, empezando por la desaparición institucional en Madrid capital y comunidad y en ni se sabe cuántas plazas más. Todo, sin que la alternativa de Yolanda Díaz se haya manifestado eficiente en prácticamente ningún lugar. Todo, también, sin el menor atisbo de autocrítica, porque lo único que escuchamos ayer de labios de los dirigentes morados es una ración de culpas vertidas al empedrado. Pinta mal, muy mal, para Podemos en el futuro, pero tampoco se antoja que demasiado bien para Sumar.

Por lo demás, habrá que ver qué diagnóstico hace Ferraz de la catástrofe municipal y autonómica. Si se atiende a los oráculos de la derecha, la culpa de los fatales resultados socialistas ha sido de sus alianzas. Se diría que ha surtido efecto el panfletero y trumpista lema “Que te vote Txapote”. A partir de ahí, y conociendo el carácter voluble y acomodaticio de Pedro Sánchez, no cabría descarta una marcha atrás, un repliegue táctico de vuelta a la centralidad y quién sabe si hasta de repudio de quienes lo han sostenido hasta la fecha. Máxime, si como ya se está apuntando, los barones regionales que se han visto destronados culpan al secretario general del PSOE de todos sus males. Empieza a oler de nuevo a rebelión entre las huestes socialistas.

Con todo, la reacción que sería más adecuada es tomar aire, mirar hacia adelante y ver cómo se pueden limitar los daños. Lo primero, lo más honesto, sería aceptar los resultados y resistir la tentación de culpar a los votantes del enorme patinazo. Y, a partir de ahí, es fundamental aplicarse a la autocrítica. Si le dan un poco a la manivela de pensar, quizá lleguen a la conclusión de que el espectacular resultado del PP no es tanto mérito de los genoveses como demérito de una izquierda que se ha empeñado en luchar a base de insultos y descalificaciones… no ya del adversario como de sus votantes. Si de verdad se defiende la democracia representativa, es necesario aceptar las decisiones de quienes van a votar y de quienes deciden no hacerlo. Y esto último sirve también como reflexión para lo que ha ocurrido en Euskal Herria. El pueblo ha hablado tanto con la papeleta que echado a la urna como con la decisión más o menos consciente de no acercarse al colegio electoral. De nada sirve cogerla llorona ni buscar justificaciones facilonas. Es mucho más honesto y, a la larga, más rentable, aceptar que no se han hecho las cosas bien y, si es el caso, felicitar al adversario, justo antes de ponerse a trabajar para la siguiente cita electoral que, por lo demás, está a la vuelta de la esquina.