UN traje de astronauta cuesta unos 15 millones de euros, tal vez más. Su valor lo conceden la tecnología empleada, la ingente cantidad de pruebas y estudios realizados para su desarrollo, el conocimiento necesario para su confección y los materiales más especiales que existen para poder sobrevivir en el elemento más hostil que se conoce. Los buzos espaciales son algo único. Esa idea entronca con la confección de los monos de contrarreloj que se lanzaron a toda velocidad por la etapa inaugural del Tour. Los buzos no son tan caros, pero son las prendas más costosas de los ciclistas. Van der Poel comentó que el mono de crono que empleó en Copenhague tenía un precio superior a los 3.000 euros. Simon Yates también cuantificó en más de 3.000 euros la vestimenta que utilizó en la crono del Giro. ¿Son realmente tan caros los buzos? “Bueno es muy difícil determinar cuál es su precio exacto. Está claro que son las prendas más especiales, las que más cuestan hacer por todo el trabajo que hay detrás, pero el hecho de ponerle el precio tal vez responda a una cuestión de marketing. El precio no es tanto por los materiales en sí, sino por todas las horas de trabajo que hay detrás”, sostiene Patxi Rodrigo, que lidera Etxeondo, la firma vasca especializada en ropa de ciclismo. Etxeondo vistió al Kas, a Indurain, a la Once, al Sunweb o al Euskaltel-Euskadi.

Confeccionar un buzo de contrarreloj es como acudir al sastre, pero no a una sastrería cualquiera. Se asemejan a los trajes patroneados, cortados y cosidos en Savile Road. De ahí salen los mejores trajes del mundo, los más caros. “Esto es lo mismo que hacerse un traje a medida, pero con la diferencia de que un traje busca ser cómodo, principalmente, y es más holgado”, describe Rodrigo. “Un buzo de contrarreloj es una segunda piel, pero tiene que combinar dos objetivos: ser lo más aerodinámico posible pero sin que reste rendimiento. Puedes hacer un buzo aerodinámicamente perfecto pero que sea imponible porque no se puede llevar. Hay que pensar desde dentro hacia fuera”, subrayan desde Etxeondo.

Lograr ese equilibrio exige trabajar al detalle, al milímetro, para dar con la excelencia y la solución exacta. “Se prueban muchos materiales técnicos y membranas para saber cuál funciona mejor en el túnel del viento y en el de agua, pero a la vez, el ciclista se tiene que sentir lo suficientemente cómodo para rendir lo mejor posible con es el buzo”, describe Rodrigo. “Cada buzo es distinto, personalizado del todo, no solo dependiendo de la fisionomía del ciclista, sino también por su postura en la bici. Entonces se aplican unos materiales u otros dependiendo de la incidencia aerodinámica”, agrega. Los buzos son tan especiales que incluso un mismo ciclista cambia de mono de crono dependiendo si esta es más larga o más corta o por las propias características del terreno. “Hay que tener en cuenta que se pedalea. Que no es una postura estática de un maniquí”, apunta Rodrigo.

Un buzo plastificado

Recuerda Patxi Rodrigo que los buzos de plástico que empleó la Once en el Tour de 1993, inspirados en la escuela soviética de pista, eran muy buenos aerodinámicamente, pero había que sobrevivir a esa dictadura de la segunda piel. “Aquello no transpiraba nada. Así que hay que lograr que el cuerpo esté bien y por otro lado lograr la máxima eficiencia aerodinámica”. Además de personalizar el buzo al extremo, se emplean distintas membranas y materiales según la zona del cuerpo.“En algunas zonas tal vez te venga bien un material con fibras más plásticas. En otras, sin embargo, la costura que conviene es una plana o una que provoca turbulencias. No es lo mismo la costura para las axilas que para la parte frontal”.

El puzzle de los buzos de crono– “no solo es unir un culotte con un maillot, no tiene nada que ver, es mucho más costoso y complejo”, dice Rodrigo se prueba con cada corredor durante un par de días para que estos se adapten lo mejor posible. “Por ejemplo tienes que lograr que el pecho respire, que el estómago tenga espacio cuando se ingiere líquido, pero que esté lo más pegado posible pero a la vez no oprima”. En las croo, donde cada segundo cuesta, se busca el máximo rendimiento. Ensillados sobre bicicletas aero, cubiertos por los cascos futuristas y sus buzos de aspecto espacial, los ciclistas son los astronautas del Tour.