Aleteó con fuerza Wout Van Aert para posarse sobre el nido de Calais. El vuelo del líder. Red Bull te da alas. Esa marca de bebidas energéticas patrocina al belga poderoso. Logró un triunfo de anuncio. Reivindicativo. Se sublimó. Amarillo con luz. Van Aert, caballo salvaje, asaltó la victoria desde el último repecho. Fue su lanzadera. El maravilloso hombre bala. El belga se apoyó en los hombros de sus compañeros del Jumbo, que fotocopiaron la estrategia de la París-Niza, para aterrizar al belga en la costa francesa. El jirón de piel Van Aert retorció el gesto del resto en la Côte du Cap Blanc-Nez. A todos dejó el tremendismo del belga, un ciclista de rompe y rasga. Ni Vingegaard ni Roglic, sus colegas, pudieron rastrearle. Tampoco Pogacar, tapado en la foresta de los jadeos de un duro repecho que encaró el Jumbo a todo tren hasta que hizo descarrilar a los rivales. Full gas. Solo el Ineos respondió hasta que Van Aert apretó la soga. Asfixió al resto.

Dudó por un instante Van Aert cuando se quedó solo en la cota. Sin sombra. No sabía si esperar a Vingegaard. Decidió lanzarse hacia delante en busca de su destino para agarrar una victoria que se le había escurrido en los días precedentes. Rompió el maleficio de los segundos puestos, su huella en Dinamarca. En Francia pisó el primero. Ondeó su estandarte Van Aert. Un trallazo de rock&roll en una jornada de nana. La sacudida del Jumbo, ambicioso, sirvió para advertir de sus aviesas intenciones. Quieren el Tour. Lo desean. Van Aert tomó la renta suficiente para encaramarse al éxtasis. El pelotón, con todos los favoritos reunidos tras el sofoco, asomó ocho segundos después. Lo encabezó Philipsen, que celebró, equivocadamente, la victoria. Hacia tiempo que Van Aert había aleteado. "El maillot de líder da alas", dijo. El movimiento en cadena del Jumbo evidenció su apuesta por el Tour. Ambiciosos. Voraces. Grupo salvaje. Pogacar, sin la muleta de su equipo, quedó expuesto.

CORT, OTRA VEZ EN FUGA

Ni la llegada al hexágono, a la Francia ciclista a través de Dunkerque, un lugar para la memoria en la Segunda Guerra Mundial, sirvió para activar la espoleta del pelotón en un recorrido repleto de grupas, media docena, a modo de un campo minado. Numerosas, pero de escasa sustancia. Frente a un territorio así, el rey de la montaña, Magnus Cort, que alcanzó la cima en Dinamarca, donde logró su maillot de topos rojos subiendo motas de polvo entre la algarabía y la entrega de sus compatriotas en dos jornadas más propias del cicloturismo que de una competición, se apuntó a otra fuga. De cota en cota. Ocho consecutivas. Más que Bahamontes.

La comparación solo enlaza con la cantidad porque la entidad de los puertos están en la antípodas. Cort subió badenes y similares. La culpa, en cualquier caso, no es suya. El danés, sabedor del nulo interés del pelotón, es un hombre a una fuga pegado. Esta vez le acompañó Anthony Perez, un francés de abuelos andaluces. Los veranos los pedaleaba Perez en Arjona. Perez, impulsivo, no se lo pensó y se unió a Cort. Ambos pactaron el reparto de premios. Para Cort, las cuestas, y para Perez, el esprint intermedio. El método para finalizar el día ambos en el podio.

DESIDIA EN EL PELOTÓN

El pelotón, que mira con miedo al pavé, a los caminos infernales que conducirán este miércoles a Arenberg, firmó otro entente cordial. Se hamacó. Contemplación. Otra muestra de un conformismo ciertamente cuestionable. Lacerante. La carrera más importante del mundo acepta que la desidia, la dejadez y la pereza socaven su crédito a grandes mordiscos. Es peligroso el precedente, que no es nuevo, pero está adquiriendo dimensiones colosales en la presente edición.

La devaluación del Tour como carrera y como producto es tremenda. Los favoritos piensan en el escalofrío que sugieren las piedras, donde tal vez a alguien se le acabe la carrera, y pueden excusarse. Los velocistas sabían que apretando cerca del final podían salir en la foto y se repartirán la gloria si no se quedaban colgados en la cota que parpadeó en el extrarradio de meta. La cuestión es saber por qué el resto, que es mayoría, se tacha de un modo tan grosero y bendicen la pose del pelotón.

PEREZ, EN SOLITARIO

Despertó el grupo después de una tremenda siesta. Sonó el despertador. Se desperezó de la somnolencia el Tour, apretado en carreteras secundarias, estrechas, de esas con memoria añeja y poca pintura. Señal inequívoca de un asfalto sin sobras por los costados y pueblos pequeños. El trigo, amarillo, dorado, al sol, tenía más espacio y mejor aspecto. Perez se despidió de Cort, que había asegurado su tesoro, el reino de la montaña, al menos hasta que la montaña tenga sentido, en la Planche des Belles Filles. El danés dejó que le embolsara el grupo. Perez se lanzó a la búsqueda de un imposible.

Los equipos, despiezados en bloques, se movieron en el tablero para coger la posición. La coreografía de siempre. En ese ordenamiento jerárquico, Pogacar rompe con la norma de los equipos con todos sus componentes encolados. El esloveno, un verso libre, se posa aquí y allá. Al árbol de su equipo le faltan ramas. En ese entramado, Van Hooydonck, faro de Roglic y Vingegaard, hombreó con un ciclista del BikeExchange. Discutieron. El paso de los pueblos como éxtasis hacia Calais, la bocana francesa del Eurotunnel, una de las grandes aportaciones de la ingeniería civil. El Canal de la Mancha, atravesado por la mar. Se dirigió el foco hacia la Côte du Cap Blanc-Nez (4ª, km 160,7), la Cota del Cabo de la Nariz Blanca, última cima del día, conocida así por sus acantilados de color blanco. El lugar para disparar a la diana. Negro sobre blanco.

ATAQUE EN TROMBA

Se acaloró la carrera. De repente incandescente. Fuego y dinamita. El Jumbo entró a saco. Patada en la puerta. Bola de demolición. Pintura de guerra. Zafarrancho. Emuló la catapulta de la París-Niza en el repecho que retrató aquella imagen con Christophe, Van Aert y Roglic. En la foto de Calais solo hubo sitio para el belga. Van Aert, a la cola de Benoot, su lanzador, se impulsó con saña. Sacudida eléctrica. Alto voltaje. Cohete hacia el cielo. Se desprendió incluso de Vingegaad. Antes cedió Roglic.

Adam Yates, explosivo, se cosió al belga hasta que el líder le arrancó las costuras a tirones. Desnudo. Pogacar, mal situado, lejos de la acción, también se deshilachó por un instante. El esloveno reaccionó después con celeridad. Tapó el hueco con el resto de favoritos, pero tuvo que exigirse. El Jumbo no quiere darle tregua. Le atosiga. Van Aert se había disparado. Frustrado en los días precedentes, tres veces segundo, el belga, de amarillo, se encendió. Fogonazo. Solo quedó el humo. No le vieron más. Amarillo fluorescente. Una fuerza de la naturaleza desatada. Tronó Van Aert, un forzudo. Un rayo cruzando el paisaje hacia Calais. El belga rompió el tedio y la mala rancha. Van Aert rompe con todo.