Las palmeras del paseo marítimo de Lido di Camaiore traslucen la tristeza de la lluvia y la nostalgia de los turistas y su algarabía, aún lejana. El verano que atesta la ciudad de chancletas, crema para el sol, despreocupación y risas sonoras de las postales de los días largos, los tragos cortos y las noches luminosas de las fiestas, es un recuerdo y a la vez un anhelo. A comienzos de marzo, Lido di Camaiore se despierta con la lluvia empapándolo todo, también el ánimo.

Una contrarreloj suele ser un engorro para la mayoría y si llueve, es, además, un fastidio peligroso. No para Filippo Ganna, que camina sobre las aguas, tan superior el italiano con ese armazón de egregia figura. Un fueraborda. A más de 55 kilómetros por hora.

Ganna lidera la Tirreno-Adriático después de una exhibición portentosa. Paró el tiempo en 12:28. Un crono abrumador, imposible para el resto. El gigante de Verbania, poseedor del récord de la hora, campeón de contrarreloj de Italia, aplastó a todos. Kämna, segundo, se quedó a 28 segundos. Un mundo.

La carrera italiana, mojada, era una invitación para la precaución para quienes opositan al tridente de Neptuno, el tesoro de los dos mares que engalana al campeón. Mikel Landa se extravió en el camino del reloj. 13:43 para el alavés. Podio en las dos últimas ediciones de la carrera, la contrarreloj incomoda a Landa.

Las ataduras a las que obliga la geometría de la cabra y el cálculo, el detalle, la postura y las ecuaciones que enfatizan las cronos chocan con el espíritu libre de Landa, un ciclista sin grilletes, al que las cronos nunca le sientan bien. Le cambian el gesto, el rostro circunspecto de los días grises.

Mikel Landa, durante la crono. Bahrain / Sprint Cycling

Obligado a remontar

El reloj no quiere a Landa. Le señalan las manecillas, que le castigan El alavés debe remontar, alrededor de medio minuto, y a demasiados dorsales con jerarquía como Roglic, Vlasov, Hindley, Almeida (alrededor de los 30 segundos) o Mas, 15 segundos el mallorquín mejor que Landa.

McNulty y Arensman, que pespuntaron, se alejaron aún más, a la franja de los 40 segundos. Landa fue mejor que Pidcock o Van Aert, al que les castigó el viento que sopló antes de que asomara la mayoría de nobles. Sobre un recorrido llano, de 11,5 kilómetros, en paralelo al mar, la idea de los mejores era no perder demasiado y evitar caer y quedarse con nada bajo el cielo hermético, de plomo, y el asfalto que llora agua, encharcada la carretera. 

En el juicio del reloj se ahogó Landa, desajustado, con mucho retraso, pero similar a la pose de la pasada edición. El alavés fue capaz de alcanzar el podio. Tiene tiempo. El reloj no ama a Landa. Es inmisericorde. El alavés marcó un tiempo oscuro, como el cielo, respecto a los que compiten por el tridente. Sin embargo, Landa espera que en las montañas salga el sol.

Ni el viento, que cambió de dirección y mejoró los cronos de los que asomaron al final, dio aire al alavés. Landa, desconsolado en la contrarreloj. De los que buscan la gloria, la mayoría se reunió en la misma baldosa, compartiendo plano, a modo de una orla de fin de carrera. McNulty, Arensman, Roglic, Vlasov, Hindley, Almeida o Tao se apretujaron. El crono castiga a Landa.