Con su regreso a la Sección Oficial catorce años después de Tiro en la cabeza, Jaime Rosales aborda en Girasoles silvestres la exploración de una joven madre en el amor y, con ello, se atreve a investigar la masculinidad en la sociedad actual. Lo hace, además, evitando el victimismo del personaje principal, algo a lo que parece abocado gran parte del cine que se atreve a tocar la violencia de género, y con dos intérpretes que sobresalen por encima de todo: Anna Castillo y, sobre todo, Oriol Pla.

El propio director contaba este sábado durante la presentación de la película en Donostia que el origen del proyecto estaba en su interés por indagar en tres tipos de masculinidad: la de un hombre “primitivo, más cavernario”; la de un segundo más intermedio, “que no asume responsabilidades”; y la de un último, “más feminizado y moderno”. Para conseguirlo, Rosales pone en el centro de este triángulo a una joven madre que únicamente necesita aprender qué es el amor. “Todos tenemos una necesidad de aprendizaje. Probamos personas que son diferentes y sacamos conclusiones”, ha asegurado.

Para el cineasta barcelonés, cuyos últimos trabajos se habían visto en secciones paralelas del festival, pero no habían optado a la Concha de Oro, lo que hace realmente bonita una película es “que el espectador reconozca algo en ella de su propia biografía”. Algo que está convencido de que ocurrirá con la suya, en la que traza un filme naturalista con los aciertos y errores que cualquier mujer podría tener a la hora de escoger pareja a lo largo de su vida.

En este caso, selecciona a una joven madre de dos niños, Julia, interpretada por Anna Castillo, que inicia una relación con Óscar, un macarra de manual al que da vida y forma un excelente Oriol Pla. El bucólico sueño en el que parece gravitar la protagonista se viene abajo cuando el gamberro cruza la raya y la agrede físicamente. Es entonces cuando Rosales toma la decisión seguramente más valiente del filme al no caer en el victimismo y llevar al personaje al habitual punto de perdón y vuelta a la casilla de salida que nos tienen demasiado acostumbrados los largometrajes de este tipo. En esta ocasión, ella actúa, coge las maletas y se marcha.

“Julia es alguien muy fuerte. A cada golpe, busca una nueva solución, aunque esta, como irse a Melilla, pueda ser un error. Es un personaje inteligente que va aprendiendo”, ha señalado el realizador, que ha coescrito el guion junto a Bárbara Díez. En la mencionada Melilla la protagonista prosigue su camino y regresa a la casa del padre de sus hijos, un hombre, interpretado por Quim Ávila, que se cuestiona continuamente si puede ser un buen progenitor. No es tampoco lo que ella necesita en su vida, así que regresa a la Barcelona en la que tiene lugar el primer arco del filme, donde da con la tercera tipología de masculinidad a analizar, la que tiene el rostro de Lluís Marqués.

Una técnica propia

A la hora de reunir el casting de la película, Rosales ha explicado que en los últimos tiempos siempre trabaja del mismo modo. En primer lugar, selecciona un actor sobre el que pivotará el resto del elenco, que en este caso ha sido Oriol Pla, con el que el director ya trabajó en Petra. Una vez seleccionado fue descubriendo al resto de intérpretes a base de ensayo.

“Jaime tiene un proceso de trabajo muy personal. Primero haces la escena con el guion, luego improvisándola y por último volviendo al texto. Así deja siempre cierto margen a lo que pueda pasar”, ha revelado Castillo. Esta libertad le llevó al “momento de mayor tensión” que ha vivido nunca en una película. Ocurrió durante el ensayo del encuentro de los personajes interpretados por Pla y Marqués, cuando el primero llegó a romper una mesa y mostró un comportamiento violento que hizo temer a todo el equipo. “Es un director que trabaja desde el personaje al actor y no al revés. Te deja sin herramientas de texto y sabe tensar todo muy bien. Normalmente no quiere que previamente construyamos nada, pero para este personaje sí lo quiso. Fue un trabajo lento que nos generó mucha ansiedad”, ha confesado Pla.

Esta fórmula llevó a Castillo a entender mejor su personaje, una madre “muy luchadora” que trata de sobrevivir en “un sistema patriarcal con masculinidades muy tóxicas”. “Ahora, por fin, he podido entender la maternidad feminista, pero en realidad no hemos crecido así”, ha finalizado.