Estudiando y creando nuevos proyectos que la llenan de ilusión. Como el recién estrenado Festival Literarte, que une literatura y teatro y que su compañía, Producciones Maestras, ha puesto en marcha junto con tres dramaturgas y un dramaturgo y el Servicio de Bibliotecas del Gobierno de Navarra.

¿Qué pensó cuando le pedimos una entrevista con motivo del 8-M?

–Me pareció bien, pero también creo que esta entrevista se podría hacer cualquier otro día. El 8-M tendría que ser los 365 días del año, 366 si es bisiesto.

Si le digo ‘techo de cristal’, ¿en qué piensa?

–En el límite que tú te quieras poner. Ese ‘tú’ implica lo que ya has vivido, lo que te hayan dejado vivir y hasta dónde quieras aspirar. Es un techo de cristal que se puede romper. 

¿Ha sentido ese techo de cristal muy a menudo?

–Muy a menudo no, pero a veces sí. Por juventud, en su momento; también en su momento por género, y ahora por mí misma, por los miedos a no saber si ahora que todo cambia tan rápido yo estoy ya para esta rueda de cambios. Y habría que plantearse si ese techo de cristal es impuesto, enseñado o imaginado.

¿Qué me dice del ‘síndrome de la impostora’?

–Yo lo he tenido sobre todo cuando enseño. Yo sé lo que sé, pero no sé si eso les va a interesar. En mi caso, va sobre todo de ‘seguro que hay alguien que lo puede explicar mejor’.

Pero eso es no acabar de creérselo.

–Eso es. O también tiene que ver con el autoperfeccionismo impuesto y la necesidad que tengo de ponerme siempre en tela de juicio. Soy mi peor enemiga en ese sentido. Por eso necesito ver muchos espectáculos para reubicarme. También creo que es un síndrome que nos han enseñado y que esa autoexigencia viene de la comparación con los otros y con las otras. En mi caso, lo de compararte es algo muy generacional. Siempre hay alguien que lo va a hacer mejor, y también peor, aunque esto último se nos olvida.

Cabría pensar que en el mundo de la cultura la desigualdad no es tan grande como en otros ámbitos, ya que hay muchas mujeres creadoras y unas cuantas en puestos de responsabilidad, al menos en Navarra, pero seguro que esa no es toda la verdad.

–El ámbito de la cultura es muy amplio, pero es verdad que muchos aspectos han cambiado para bien. Cuando pienso en quién dirige los teatros, las compañías y los festivales, veo que la presencia femenina es enorme. Parece que se ha producido un efecto péndulo. Antes eran mayoritariamente hombres y en este momento estamos en el otro lado. Espero que no sea por una moda o una imposición, sino porque es lo natural. Entiendo que para alcanzar esa normalidad haya que pasar por lo de los cupos, pero espero que eso se acabe diluyendo. Es una cuestión de tiempo.  

9

8M: la lucha de 8 mujeres por la igualdad Itxaso Mitxitorena

¿En qué momentos de su carrera ha notado ese trato diferente por ser mujer?

–Diría que cuando era joven y viajaba como gerente de gira. Cuando llegabas a un teatro, enseguida preguntaban por el director o por el encargado. Yo decía que era yo e insistían en preguntar quién mandaba. En ese momento no lo vivía como una brecha de género, pero luego te das cuenta de que sí, de que se asociaba el poder al hombre. Luego, en el momento en que ordenabas y gestionabas, venía el comentario ‘¡qué mandona!’, cuando a un hombre le habrían dicho ‘¡qué eficaz!’ En esa época no te tomaban en serio si eras joven y mujer. Pero noto que eso ya no es así. Quizá es porque estoy en otra franja de edad, pero también porque han cambiado muchas cosas. Por ejemplo, ahora hay muchas más mujeres técnicas. 

En cuanto a textos, a las autoras se les suele preguntar si escriben historia para mujeres, cosa que nunca se le pregunta a un hombre.

–Hay historias que interesan e historias que no. Puede haber historias sobre mujeres y con mujeres, pero no para mujeres. Te pueden llegar más unos temas que otros, depende de tus intereses. Mi misión es que lo que escribo y sube a un escenario llegue. Yo pienso en el público. Además, ¿quién dice lo que le interesa a una mujer? Porque yo no tengo ni idea. 

En algunas de sus obras, como ‘Loco desatino’, ha rescatado a mujeres invisibilizadas. ¿Le interesa especialmente esta línea de trabajo?

–Sí, pero porque extrapolo sus vidas a la actualidad. Sus historias también hablan de todas las personas olvidadas. Tal vez son mujeres porque me siento más cómoda hablando en voz de mujer y puedo entender mejor ciertas articulaciones de su pensamiento. Loco desatino, por ejemplo, me permitía hablar de Ana Caro Mallén, que fue una autora imprescindible en el Siglo de Oro y, sin embargo, no se enseñaba en las facultades. Por eso ponerla sobre el escenario era una forma de decir que es injusto que la valía de las personas se anule por género, condición, religión... Claro que hay que traer a las invisibilizadas, es un ejercicio de memoria colectiva. 

"Hay historias que interesan e historias que no. Puede haber historias sobre mujeres y con mujeres, pero no para mujeres”

Muchos de sus textos tienen buenas dosis de humor.

–Es que sin humor estaríamos muertos. En los momentos más duros de mi vida también me he reído, y lo he hecho como catarsis, como forma de soltar tensión. Además, si te pones muy trascendente en la vida y en el teatro, aburres. La trascendencia hay que administrarla en dosis. Mediante la carcajada te reconoces en el otro, la risa es una herramienta espejo. Pero, claro, no todos nos reímos de lo mismo. Hay cosas que yo he puesto en escena que no han hecho ni puñetera gracia.

¿Cómo cuáles?

–Por ejemplo, cosas que contamos en La Malpagá no han hecho nada de gracia a un sector. Pero no tienes por qué gustar a todo el mundo. Y esto es otra cosa que se nos ha inculcado desde pequeñas. A los de los 70 nos enseñaron que teníamos que gustar, así que no gustar supone un fracaso. Luego lo piensas y te das cuenta de que, a lo mejor, no gustar a determinadas personas es un éxito.