Anoche nos despedimos de muchos amigos, y hoy, con las maletas preparadas lo hacemos del personal del hotel, gente increíble que nos hace sentirnos como en casa. Debemos despedirnos de la ciudad del caballo después de haber pasado unas cuantas noches en ella. Y, aunque aún quedan días de viaje, cuando salimos de Jerez ya sabemos que nuestra gran tournée va llegando a su fin. De ello vamos hablando, porque todos estos días son ya un recuerdo en nuestras mentes, y camino de Sevilla los repasamos uno a uno recordando cada momento vivido. Hemos pasado por la botica de Pepe a recoger vinos y licores de la tierra y despedirnos de la familia. Son los últimos antes de salir hacia la autopista. El maletero, a pesar de ir perdiendo chistorras y latas, está hasta arriba. No vas a tener sitio para tus naranjas, se ríe Gabino. Pues dejaremos tu maleta en Lora, le respondo, creando las consiguientes protestas. Y es que adoro las naranjas de la zona cordobesa de Palma del Río. Me parecen las mejores del mundo. Y no sólo a mí.

La marca principal de la Feria del Toro

Vamos camino de Zahariche, finca donde la mítica vacada sevillana de Miura reside en el término de Lora del Río. Allí vamos a echar el día, y nos quedaremos a dormir. Hemos quedado a mediodía, y somos puntuales. He estado unas pocas veces en esta casa, pero siempre me impresiona pasar por las calaveras de su puerta. Ya tenemos claro que no entramos todos en el todoterreno de la casa, y Gabino ya ha cedido a mi hijo su sitio. Él lleva también muchos ratos en esta hacienda. A la puerta del cortijo aparcamos. Hace fresco en un día soleado, y salvo por los perros que nos dan la bienvenida con sus ladridos, y un hombre a caballo que se ve en la profunda lejanía, el tiempo parece haberse parado.

La marca principal de la Feria del Toro

Apenas un minuto, y sale de casa Antonio Miura, con el que hemos quedado para la visita. A todos conoce de sobra, pero al chico hacía años que no le veía, siendo apenas un niño en Pamplona, y nos invita a seguirle hasta el coche. Yo me quedo, que no entramos en el Suzuki, dice Gabino. No, vamos con el grande, que entramos todos, hombre, que no hay problema ninguno, dice Toto. Y con él nos encaminamos hacia las largas e inmensas praderas donde pastan los toros que se lidiarán este año. Nada más pasar la primera cancela, de la que me encargo, aparece el hombre a caballo, que no es otro que Antonio Domínguez, mayoral de la ganadería. Él se va a encargar de seguirnos, abrir las puertas, y sobretodo, estar cerca nuestra. Y es que, el trato de este ganado es muy complicado. Al acortar las distancias, esa definitiva con estos ‘animalicos’, que debe ser la de seguridad, su presencia a caballo hace que el coche no importune tanto a los nerviosos bureles. De verdad les digo que más de una vez se nos han arrancado, hasta tener algún percance. Además vamos con vehículo nuevo, y apenas un rato por el campo ya hablamos que para este terreno es mejor el viejo y pequeño Suzuki.

Empezamos por los comederos. Sentados, junto a ellos quedan unos pocos toros. Son los últimos en comer, dice el ganadero. Los mandones ya se han atiborrado primero y han vuelto a sus zonas. Cada toro se busca sus sitios en las cientos de hectáreas de este cercado. Nos cuenta que tienen siete festejos este año. Hay menos toros. No llegan a cincuenta, así que va a ser difícil cumplir el objetivo de ocho, que son desde hace lustros los festejos que lidia esta familia. Y tampoco se separan. No se sabe cual va a ir a Sevilla siquiera, que es el cierre de la feria de Abril, y donde los Miura llevan un siglo yendo el domingo de fin de feria. Antaño, los aficionados longevos recordarán que existía el lunes de resaca, y lidiaba María Luisa Domínguez con sus ‘guardiolas’. Pues este año se recupera, eso sí de manera puntual, al caer el 1 de mayo en ese lunes fin de feria. Pero esta vez serán los ‘miuras’ los acartelados.

Visitamos todas las zonas, y vamos parando frente a cada toro. Algunos tumbados en solitario, se levantan y nos miran expectantes. Otros están varios juntos, y se mueven al verse importunados. Pero el común denominador de todos ellos es levantar la gaita y medir las distancias. Negros, colorados, castaños, cárdenos. Están aún justos de carnes, si se puede decir eso de estos largos y altos bichos, y como siempre, cortos de cuerna. Aquí no hay fundas, por tanto ves el desarrollo completo del pitón, con esas gruesas mazorcas, y el mucho desgaste de sus puntas. A pesar de todo, y de lo que siempre plantean los ganaderos que eligen ellos muy a última hora los seis que vayan a mandar a las calles de la Vieja Iruña, algunos destacan por volumen y caras. De hecho, un cárdeno marcado con el 34 se nos queda midiendo a última hora, y nos hace retroceder.

El tiempo pasa despacio, y el estómago llama. Ya en la casa, agradecemos al mayoral su tiempo. Ese que les quitamos de sus labores, y él ha usado para mantener con el caballo los toros a raya. Con su ganadero, aún tienen tiempo de vacilarme y decirle a Asier que a partir de ahora venga él, que ya es hora de darme el relevo.

Marchamos a comer al sitio preferido del Toto, donde nos damos un homenaje con cuatro tipo de arroces, pero antes paramos a hacernos la foto de rigor bajo las calaveras con el nuevo personaje que ha entrado por la puerta.

La tarde avanza rápido, y enseguida llega la cena. Una noche más donde mascar lo vivido. Esta ganadería, con más de 175 años de antigüedad, sigue siendo especial y diferente a todas. Y sus toros también.

Mañana a la sierra. Aprovechamos para visitar una casa que lleva años alejada de Pamplona. Demasiado tiempo para muchos.

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El cartel de la Feria del Toro 2023, obra de Javier Balda Iñaki Porto