Desayunamos y no dejamos de comentar los días que van transcurriendo. Queda una última visita, de esas que programas a parte de lo que suele ser los toros concertados para Pamplona. Un año más hemos dejado la finca de El Grullo, donde pastan los toros de Núñez del Cuvillo a un lado. Y eso que hasta tres días, en Cádiz, hemos estamos más que cerca de ella. Pero mientras desde la dirección de esa casa no admitan la libertad de información, no se nos caen los anillos, ni vamos a montar ningún jaleo por no ir. Solamente la obviamos, y seguimos viajando por las muchas que quieren vernos.

Hemos dormido en Lora porque a tiro de poco más de veinte kilómetros subiendo hacia la Sierra Norte sevillana se encuentra Dehesa de Frías, uno de los últimos paraísos que quedan en el planeta toros. Y toca porque Gabino y mi hijo no la conocen. Hasta 2016, esta finca donde residen los toros de Dolores Aguirre, estuvo hasta en veinte ocasiones en la Feria del Toro, y son aún muchos los aficionados de la zona que los recuerdan y añoran. Un toro de encaste Atanasio Fernández cruzado con Conde de la Corte al gusto de lo que la señora criadora quiso desde allá por el 1977. Hoy, después de la muerte de Dolores Aguirre hace esta semana diez años, no podíamos faltar a la cita de la casa por tal efeméride.

Esta casa se defiende sola, se dice en el argot. Un lugar con unas miles de hectáreas donde cada cosa está en su sitio, y se mima y cuida todo al mínimo detalle, es una gran explotación agropecuaria, donde junto a los toros de lidia se encuentran ocas para producción de paté, cerdos ibéricos, ovejas de cuya leche se produce quesos, alcornoques donde explotar el corcho, la explotación cinegética y, como no, el aceite. Miles de olivos intensivos que producen su propia marca, Sucum, uno de los mejores aceites de oliva virgen extra del mundo. Los toros tienen un aparte, porque de ellos es difícil vivir. Ocupan unos cientos de hectáreas y, como les decía, es algo más romántico que un negocio en sí mismo. Así lo entendía la señora, y así lo entiende su hija, Isabel, aficionada y conocedora de esto como lo fue su madre. Y algunas veces pienso que aún es más dura, como ganadera, a la hora de calificar a sus vacas, desechar a todas las que no tengan un sobresaliente según sus criterios de selección, que lo era Dolores en su momento. Pero lo que sí sé por conocimiento directo, es que, han pasado diez años y la explotación continúa por los mismos derroteros, haciendo bueno el dicho de que si algo funciona por qué cambiarlo. Y la inteligencia de su dueña lo demuestra.

Nos adelantamos a la hora acordada, pero no importa. Estar admirando en silencio, oyendo todos los sonidos de la exuberante naturaleza que miramos, hace de la espera minutos aprovechados. No tarda mucho en aparecer el gerente económico del lugar, José Miguel, que sabía que veníamos y ha dejado su oficina para acercarse a saludarme. Hace años que no nos veíamos, pero seguimos en continuo contacto. Me cuenta que espera unas miles de ocas nuevas, y le pregunto por los productos de la casa, dejándonos con la miel en los labios. No hay nada. En navidades se liquidó todas sus producciones. Lo cual es magnífico para la casa, pero por las muecas de Josetxo, no para nosotros. Cuando llega Fernando, el mayoral de la casa y encargado de todo, se va a seguir con sus labores. Saludos y bromas, porque es guasón, y con los amigos más, y así aprovecha a darme caña y decirme que no hay toros ya. Solo olivos, le digo. Sí, y alguna cosa más. Pues vamos a ver las ovejas, que al chaval le gustan. Él ya estuvo el otro día, para que quiere volver a ver esto, sigue. Y entre risas vamos a ver las corridas de este año, y terminamos viendo todo durante horas que se hacen minutos.

Vemos los toros que tiene para Guadalix. Lidia el fin de semana de mayo junto a Miguel Reta en San Agustín. Y de ello vamos charlando. Luego pasamos a Ceret y a otras dos plazas francesas. También va a otra española, cubriendo cinco festejos. Toros muy de la casa. Casi todos negros. Vamos a ver la corrida estrella, que en teoría iba a ir a Madrid, pero por problemas con el veedor, que quería otra para otro sitio, y ya estaba apalabrada con los de Ceret, puso la excusa que necesitaba doce iguales o no iba. Madrid se lo pierde, que no ese buen señor. Cosas que pasan en el taurineo, que luego dirán que no hay toros en el campo. Aquí hay un lote de diez impresionantes toros que sirven para Pamplona, ósea que como no van a servir para Madrid, que va a dar dieciocho corridas de toros en San Isidro y otras tantas en la temporada, repitiendo a muchas casas, llevando festejos con varias ganaderías por completar carteles de supuestas figuras, y dejan al traste camadas como esta. No tiene explicación. Casi todos son cuatreños, nos dice Fernando. Bueno, pues aún pueden servir en grandes plazas el año que viene, digo. No, la colocaremos. Nos gusta lidiarlos con cuatro años, y así seguimos con la norma de la casa. Y es que, mantienen número de hembras reproductoras y machos para ir lidiando seis festejos al año. A eso suele añadirse una o dos novilladas, siempre en ciclos selectos. Seguimos viendo los novillos y los erales. Y acabamos con ellos que al sonido de la bocina se arremolinan junto a la pick up esperando su comida.

El día ha sido único, y Fernando, como siempre, un buen amigo. Tengo pocos en el mundo de los toros, les dice a mis acompañantes, pero este es uno de ellos, haciendo que me hinche de orgullo. Y nos ponemos a recordar citas y reuniones con nuestras familias tanto en Navarra como en Sevilla.

La tarde se está echando y tenemos que seguir viaje. Volvemos ya hacia Pamplona, y no nos va a dar el día. De hecho, llegamos de noche a Toledo, donde paramos a hacer algo de turismo. Ya llegaremos mañana. Eso sí comiendo en Quintanadueñas, junto a Burgos, un buen lechazo. El viaje está finiquitado. Pero, nos quedará un último hito. Un año más iremos a casa de José Antonio Baigorri a ver sus novillos que abrirán el ciclo sanferminero. Pero eso es en Lodosa. Ósea en casa. Y ese último lugar se lo contaremos la próxima semana.