¿Si no te quisieron cuando naciste, podrás ser amada en algún momento de tu vida? Es la pregunta a la que trata de responder Polaris, segundo largo de Ainara Vera (Pamplona, 1985). Se trata de un documental de creación sobre amor y esperanza y sobre una mujer, Hayat, con una mezcla de fuerza y fragilidad que traspasa la pantalla. Capitana de barcos en el Ártico, el nacimiento de su sobrina, hija de su hermana Leila, le hace replantearse los vínculos familiares y su propio futuro. La película ganó el 71º Trento Film Festival.

La sinopsis de ‘Polaris’ no refleja todas las dimensiones que tiene esta película, pero sí puede ser una buena manera de que al público le pique la curiosidad.

–Escribir sinopsis es una de las cosas más complicadas. Tienes que resumir en pocas palabras una historia para la que has necesitado 78 minutos. Normalmente se escribe entre el productor, el director, los distribuidores... y en cada festival y en cada sitio va cambiando dependiendo al público al que se dirige. Es un poco como los copy de publicidad, casi como un haiku. En una frase tienes que llamar al espectador para que venga a ver la película. No sé si lo habremos hecho bien...

¿Cómo resumiría ‘Polaris’ aquí y ahora? ¿Qué es lo que nos ha querido contar con esta película? 

–Yo casi siempre acabo hablando de lo mismo. Y me parece que es la pregunta fundamental. Rilke decía que una de las cosas más difíciles a la hora de hacer poemas era escribir sobre el amor, y en sus cartas a los jóvenes poetas les recomendaba no hacerlo. Mi intención no era hablar del amor en esta película, pero, al final, a medida que fui conociendo más a Hayat me di cuenta de que su pregunta fundamental era: ¿si no me han querido siendo pequeña, alguien me querrá en la vida? Me pareció tan crucial que decidí vertebrar toda la película en torno a ella, porque creo que también es una cuestión que muchas personas se plantean.

Parece que el planteamiento inicial de la película era otro.

–Era muy diferente, sí. Yo quería hacer una película sobre dos hermanas que se apoyaban mutuamente para sacar adelante a un bebé. Pero, claro, el tipo de documental que me gusta hacer es aquel en el que la realidad va moldeando la manera que tienes de mirar. Si cuando empiezas un documental ya sabes lo que quieres contar, mejor escribe un ensayo o haz una ficción. Yo hago esto porque hay cosas que no comprendo o que me parecen interesantes y dejo que la realidad me transforme. En este caso, tenía una idea inicial, pero cuando empecé a filmar, me di cuenta de que la realidad era más rica, profunda y compleja de lo que había llegado a ver y tuve que cambiar completamente.

¿Cuál fue el giro fundamental del proyecto? 

–Al principio, las hermanas compartían protagonismo al 50%, pero en mitad del proceso de rodaje, me di cuenta de que Leila no podía ocupar el mismo tiempo de metraje que Hayat. Era muy difícil filmarla porque es una persona que no ha reflexionado sobre la herencia familiar tanto como Hayat, que tiene mucho más controlada la imagen que proyecta. Es mucho más consciente de quién es, de cuáles son su flaquezas y debilidades y es capaz de verbalizarlas. 

¿Cómo llegó a la vida de estas hermanas? 

–Yo formaba parte del equipo de la película Aquarela (de Viktor Kossakovsky). Teníamos que ir en un velero desde Portugal hasta Groenlandia en invierno y solo había un barco en el mundo capaz de hacer esa travesía porque técnicamente era muy compleja. Nos enfrentamos a olas de diez metros, íbamos enganchados con arneses todo el rato, porque si caímos al mar moríamos seguro... Fue una de esas cosas extremas que haces solamente una vez en la vida. Y la capitana de ese barco era Hayat. Una de las noches que ella tenía que vigilar que no nos topáramos con ningún iceberg pequeño de esos que no detecta el radar, me quedé con ella y en esa intimidad en medio del mar de pronto empezó a hablar de sí misma. Me contó que su hermana estaba en la misma cárcel en la que había estado su madre y que era incapaz de ir a visitarla porque se le abría una caja de pandora muy grande. Y yo me pregunté cómo era posible que esta persona que parece tan sumamente fuerte y poderosa surcando el mar, explorando el Ártico, no pudiera hacer algo tan sencillo como ir a hablar con su hermana.

¿Y cómo finalizó aquel encuentro?

–Cuando nos despedimos, la abracé y me dije a mí misma que un día la acompañaría a Marsella a ver a su hermana. Y dos años después surgió la oportunidad.

¿Mantuvieron el contacto?

–No, la verdad es que no mucho. Hayat aparece y desaparece y dos años después me llamó para decirme que quería que yo hiciera una película sobre mujeres poderosas. Y yo le contesté que entonces tenía que hacer una película sobre ella. Nos volvimos a reencontrar, me contó que su hermana había salido de la cárcel y estaba embarazada de ocho meses y decidí acompañarla. Así empezó todo, sin cámara ni nada. 

Ganarse la confianza de alguien, que se abra y permita filmar su intimidad debe de ser la fase fundamental de un proyecto de estas características. 

–Sí. En documental, para mí lo más importante es encontrar ese lugar de seguridad para las personas que filmas. Más que confiadas, para mí es fundamental que se sientan seguras. El que tiene la cámara tiene el poder sobre la imagen final que ellas van a proyectar y, en este caso, teniendo en cuenta que se trata de dos personas que han sido abandonadas y que son muy frágiles, era crucial que tanto durante el proceso como en el resultado final yo fuera un lugar de seguridad para ellas. Creé ese espacio, lo sintieron y me dieron algo que es muy raro, confianza total.

Mucha responsabilidad, ¿no?

–Muchísima. Recuerdo que llegué a la fase del montaje sintiéndome muy sobreprotectora con ellas, sin darme cuenta de que así no estaba respetando quiénes eran ellas en realidad. Menos mal que conté con una montadora francesa muy buena que me ayudó a rescatarlas y a encontrar la justa medida entre mostrarlas de una manera digna y protegida y a la vez enseñando quiénes son. 

¿Me puede poner algún ejemplo?

–Por ejemplo, muchas personas tenían reacciones muy negativas al ver a Leila fumando embarazada. Y yo quería protegerla, pero a la vez me decía ‘ella es así’, y el amor significa respetar a la otra persona tal y como es...

“Lo primero que me dijo Hayat fue ‘ten cuidado con la esperanza’; es una frase demoledora, pero la entiendo”

Esta producción es mucho más compleja que la de su primer largometraje, ‘Hasta mañana, si dios quiere’. ‘Polaris’ transcurre en dos espacios principales muy diferentes, la tierra en calma y la fuerza y el riesgo del mar. ¿Cómo fue el rodaje?

–Sí. En el primer largo estábamos Arena (Comunicación Audiovisual) y yo, era todo más íntimo, cercano y de alguna manera muy de andar por casa. Pero en Polaris hay muchas ayudas públicas y privadas, y, en cuanto a la grabación, había rodaje tipo A y rodaje tipo B. En el A estaba yo sola con ellas y la cámara y en el B era más tipo superproducción. Nos fuimos a Groenlandia, con mucho equipo, presupuesto, lentes de todo tipo... Y me encantó.

¿Le gustó poder hacer un despliegue técnico de esa magnitud?

–Me encanta la intimidad, pero a la vez me gusta no tener que renunciar a poder hacer una producción más grande.

¿Cuánto tiempo ha implicado este proyecto?

–Dos años y medio. Ha requerido una implicación muy grande. De hecho, terminé la película y fui mamá. Sabía que no podía estar con ellas con intensidad y hacer otros proyectos. Hubo una etapa en la que Hayat me necesitaba mucho y a nivel personal y profesional la dedicación fue total.

Como sucedió con ‘Hasta mañana, si dios quiere’, nos descubre a mujeres hacia las que a priori podemos sentir prejuicios.

–En efecto, las dos películas surgen de prejuicios. En la primera yo entré al convento porque tenía una tía allí a la que nunca había entendido, y cuando hay un prejuicio no hay nada mejor que filmar y mirar para darte cuenta de sus propios límites. En el caso de Hayat yo no sentía esos prejuicios, pero notaba que la gente sí, y decidí que había que romper con eso. La mayoría de los hombres con los que estábamos en el barco y los clientes la describían como una tough cookie, algo así como un hueso duro de roer. Y es verdad que es fuerte, pero a la vez es una mujer con una sensibilidad muy especial. Cuando la conocí, llevaba días sin lavarse la cara porque una balleza se había asomado al barco y la había rociado. ¿Qué persona de más de treinta años hace esto? Tienes que tener algo muy puro dentro.

Hayat, protagonista de 'Polaris', en una imagen de la película. Cedida

Como directora, ha elegido el camino del documental de creación, en dirección contraria al ‘mainstream’. Seguramente es una ruta más difícil.

–Los proyectos no son más difíciles, lo que es difícil es vivir de ellos. El documental normalmente no genera beneficios. A ver qué pasa con esta cuando se estrene en Francia, pero con las películas que he hecho hasta ahora no se ha perdido dinero, pero tampoco se ha ganado. Todas las empresas productoras tienen mucha presión para ser viables, y ahí está la complejidad del documental de creación. Hay que decidir si quieres ser radical y fiel a lo que quieres hacer, sin perder de vista la responsabilidad, ya que vives de ayudas estatales y las empresas y el equipo con el que trabajas tienen que cobrar un salario. Esa parte es la más difícil cuando te dedicas a esto. El esfuerzo, la tensión es grande entre hacer artísticamente lo que tú consideras que tiene valor y ser consciente de que el cine es una industria y de que te están proporcionando ayudas públicas. Yo sería feliz haciendo lo que realmente quiero hacer y que las salas se llenasen, pero creo que eso implica educación audiovisual desde la infancia. 

¿Estas películas demandan más atención por parte del espectador?

–Sí. El arte no tiene por qué ser fácil, el entretenimiento, sí. El documental de creación procura hacer arte. A veces esta palabra da miedo, pero, bueno, es lo que intentamos. Las grandes novelas como Guerra y paz y Crimen y castigo no son fáciles, pero cuando les das una oportunidad y les dedicas tiempo, te acompañan el resto de tu vida, y eso es brutal. Pero no quiero comparar mi película con ellas, ¿eh? (ríe) Con que Polaris acompañe unos días a quienes la vean, ya sería feliz.

"Es muy bonito inaugurar la Muestra, la primera película documental dirigida por una mujer fue aquí"

Seguramente la selección en Cannes y el premio de Trento ayudarán a seguir y a empujar a la película.

–Sin duda. Si no hubiésemos ganado Trento, igual no estaríamos hoy aquí. Ayuda muchísimo a darle visibilidad y a que la gente se anime a darle una oportunidad.

Ha inaugurado la Muestra de Cine y Mujeres que organizan IPES y Golem y que es la más antigua del Estado.

–Es muy bonito porque la primera película documental hecha por una mujer que vi fue aquí, con 17 o 18 años. Era Los espigadores y la espigadora, de Agnès Varda, y recuerdo que no entendí muy bien qué era, pero no me abandonó. Fui dándole vueltas durante días, semanas, meses, e incluso al entrar en la universidad escribí algo sobre ella. Por eso para mí participar en esta muestra es muy especial porque, quién sabe, igual hoy tú también estás plantando semillas que dentro de unos años pueden florecer.

Y hacen falta referentes femeninos. Sus dos películas, de hecho, abordan historias de mujeres. ¿Le interesa profundizar en estos universos?

–Mi mundo siempre ha sido muy femenino, pero no sé muy bien qué responder a esta pregunta. Cuando hago una película intento entenderme a mí misma. Con las hermanas del convento quise romper con los prejuicios y clichés que manejaba en torno a ellas, y en el caso de Hayat, como ella no tiene miedo a echar cuatro gritos cuando hace falta, me sirvió para conciliarme con mi parte menos cortés (ríe).

¿‘Polaris’ le ha transformado?

–Sí, yo tiendo a ser romántica, y el documental te da muchos golpes de realidad. En este caso, el proceso ha sido muy enriquecedor. Una de las primeras cosas que me dijo Hayat es ‘ten cuidado con la esperanza’. Es una frase demoledora, pero la entiendo, porque, en su caso, lo que le pasó en la infancia es muy difícil de superar. 

Y, sin embargo, en esta película hay esperanza.

–Sí, una puede matizar quién es, pero no escapar (ríe).

Y volviendo al título de la película, ¿cuál es la estrella polar que guía a Ainara Vera?

–Qué pregunta más difícil... Yo últimamente me conformo con vivir el día a día de la manera más justa posible. Con eso ya me doy con un canto en los dientes. Es súper complicado.