De repente, sin venir a cuento y en el momento más inoportuno, afloraron todos los miedos y complejos. Qué decepción. La peor Real casi de la temporada, esa que se aferra a su estilo como si no hubiese otra forma de jugar y que no encuentra ninguna solución en el manual de imprevistos, estuvo muy cerca de cargarse la mejor oportunidad de lograr un título desde 2003. Y en la Copa, 32 años después. Cuando todos confiábamos en que compareciera la mejor versión de los blanquiazules, la misma que ha dejado atónito a todo el país y que le ha convertido en un claro favorito para ganar el torneo del KO, sufrió el temido mal de altura. Un inesperado miedo escénico que les atenazó y que provocó un sinfín de errores que fueron alimentando el ego y las esperanzas de un magnífico Mirandés. Solo dos despistes en un par de destellos de los donostiarras, cuya clase -en teoría que no en la práctica que contemplamos ayer-, se encuentra a años luz de su adversario, privaron a los heroicos burgaleses de conseguir un marcador histórico que les permitiera poner un pie en la final de Sevilla.

Anoeta no se lo creía. No daba crédito. Cómo es posible que este equipo se quedara sin energía ni inspiración la noche menos indicada. Cuando todo estaba preparado para que tratara de decantar casi de forma definitiva la eliminatoria de su lado. Pero si este conjunto ha eliminado a Celta, Sevilla y Villarreal es por algo. Todos ellos estaban avisados de lo que les podía suceder, como la Real ayer, pero ninguno fue capaz de noquear a los mirandeses, que, pese a perder, decantaron el factor psicológico a su favor de forma evidente. No había más que ver cómo celebraron el 2-1 con su entregada y bulliciosa afición al término del encuentro. Ese quizá sea el clavo al que agarrarse, además de la ventaja de un gol con la que comenzará el encuentro en Anduva. Que no es poco. En 1987, en la edición del último título, la Real logró aguantar un empate a cero en Atocha ante el Athletic, a pesar de acabar con uno menos y un lesionado en el campo. Al terminar el encuentro, John Toshack, que era un motivador inigualable, le dio la vuelta a la tortilla nada más comparecer ante la prensa: "Creo que hemos conseguido más del 50% de la final con este resultado", lo que fue recibido entre risas por parte de los periodistas bilbainos. En la vuelta, un gol de Bakero concedió la clasificación a los realistas.

No está mal recordarlo porque en su peor actuación en Anoeta en meses, cuando saltaba a la vista que se había quedado sin fuelle y sin gasolina, y pese a que la sensación fue de rotundo fracaso, los guipuzcoanos lograron agarrarse a un quizá excesivo 2-1 que le concede un punto de ventaja para la vuelta. Tampoco hay que olvidar que en 1980 la mejor Real de su historia, la de la imbatibilidad, solo derrotó al Castilla por 2-1 y en la vuelta sucumbió por 2-0 en el Bernabéu. Por recordar y mantenerse alerta.

Alineación de gala Imanol apostó por su once de gala para una oportunidad histórica como era la posibilidad de regresar a una final de Copa 32 años después. Su alineación fue la esperada, porque Oyarzabal se recuperó de su indisposición del miércoles, aunque Barrenetxea, que optaba a entrar en uno de los extremos, se cayó de la lista por una rotura de fibras. Una pena porque ya había entrado por méritos propios en las quinielas para tener minutos después de un primer tercio de temporada complicado.

Desde el primer minuto se comprobó que los dos equipos se tenían muy estudiados. La Real esperaba la presión adelantada, por lo que, en lugar de salir con el hacha y un ardor guerrero, como seguro reclamaba y hasta exigía la excitación de su parroquia, optó por una apuesta marcada por la paciencia. Estirando el campo, con combinaciones largas que partían en las botas de Remiro, como ya hiciera con notable éxito en el Bernabéu.

El gran problema, que seguro que muchos temían, fue que la extraordinaria atmósfera generada por su gente y por la expectación del posible regreso a toda una final acabó causando estragos en los realistas. No se puede olvidar que se trata de un equipo muy joven, con muchos jugadores que hasta la fecha no se habían visto en una de estas, y en los primeros 45 minutos fueron víctimas del temido miedo escénico. Ese que te atenaza y te cohíbe cuando todos los focos se centran en ti. Una pena. Ni el tempranero gol de penalti de Oyarzabal sirvió para calmar los ánimos de un equipo irreconocible y desconocido que no paraba de cometer errores y que estuvo a merced de su visitante en la mayor parte de la primera mitad. Su mayor defecto fue que sus posesiones carecían de mordiente desde el mismo inicio, eran lentas y previsibles y apenas rompían líneas como acostumbran a hacer. Y la explicación residía en la evidente inseguridad de los jugadores, que estaban acobardados.

El estilo de los blanquiazules es muy alegre y ofensivo y cuando no están entonadas sus mejores piezas convierte el campo plantado de trampas que muchas veces se genera él mismo y que termina por condenarle o hacerle mucho daño. Y aquí hay que concederle el mérito que se merece y que se ganó un Mirandés con una propuesta valiente y sin complejos. Como revelaban los análisis de los técnicos que más les conocen, se trata de un equipo muy bien trabajado, con las ideas muy claras y que, sobre todo, conoce a la perfección sus virtudes y sus limitaciones. No arriesga casi nunca y no lo hace ninguno de sus futbolistas más limitados, ejerce una presión asfixiante que genera superioridades en la mayoría del terreno de juego y cuenta con mordiente arriba para hacer daño. En Anduva nos espera una noche de perros.

El Mirandés no tuvo miedo ni de salida, pese al ambiente intimidador y sobrecogedor. A los dos minutos, Merquelanz ya había puesto a prueba a Remiro, en lo que fue un simple aviso de lo que estaba por venir. A los siete minutos, Oyarzabal encontró a Portu en el área y un patoso Odei se comió su desmarque derribándole. El capitán transformó la pena máxima. No podían arrancar mejor las cosas para los realistas, ya en ventaja casi en frío. Pero poco a poco fuimos comprobando que no era la noche. Que el Mirandés era un hueso duro de roer. Que no tenía miedo a nadie y que su moral y su nivel de confianza estaban por las nubes. Incluso más arriba que la autoestima con la que se presentaba en el envite la Real después de su semana grande.

A Guridi se le escapó una volea fuera antes de que pasaran los minutos sin que la Real encontrar el rumbo ni la brújula. Le temblaban las piernas. Un desconocido Odegaard perdió otro balón ante Malsa, y Matheus, con la colaboración involuntaria de Monreal, logró batir a Remiro. Era el justo premio para los castellanos. El noruego al menos sacó el orgullo para materializar el 2-1, en una acción en la que Limones había respondido con firmeza a su disparo anterior y al de Portu, previo a que machacara a la red. Parecía un gol psicológico, pero esa batalla ya estaba definitivamente perdida. Incluso en el descuento Matheus pudo anotar el empate.

Intento baldío En la reanudación, los realistas intentaron salir con otros bríos pero la cuerda les duró muy poco. Sánchez, en dos ocasiones, puso a prueba a un buen Remiro, aunque entre medias Portu malgastó la mejor opción del 3-1 a pase de Odegaard. Al murciano se le escapó una volea poco después, y el Mirandés no tardó en dominar la situación con personalidad y sin apuros. Incluso Merquelanz y Kijera pudieron restablecer las tablas. La Real se fue desinflando ante la estupefacción de su afición, que se fue a casa sin entender nada de lo que vio.

Las espadas están en todo lo alto para la vuelta. Nadie dijo que fuera a ser fácil ganar unas semifinales, pero todos esperábamos mucho más de esta Real. Se entiende que la gasolina estaba muy justa, pero esta oportunidad no se puede dejar escapar. En la vuelta, la Real tiene que pasar a la final. No es cuestión de presionar, sino de reflejar la pura realidad. No puede fallar a su gente. No tendría perdón. Todo será distinto en Miranda. También la Real. Eso está muy claro.