Pacto de silencio

– Casi enternecía ayer escuchar a Pedro Sánchez agradecer obsequiosamente a Mohamed VI que lo hubiera invitado un día de estos, ya si eso, a un encuentro presencial. “Que acepto encantado”, dijo inclinando la cerviz, como si, en realidad, no hubiera sido objeto de una humillación del nueve largo por parte del sátrapa marroquí, que le había hecho una monumental cobra quedándose en su lujosa mansión de Gabón y pasando un kilo de sacarse una foto con el inquilino de Moncloa en la pomposa Reunión de Alto Nivel, por sus siglas, RAN (cataplán). Y por si hacía falta alguna pista más sobre quién es Tarzán y quién es chita en la relación entre vecinos, Sánchez añadía que habían pactado evitar la mención de “todo aquello que sabemos que ofende a la otra parte en lo que afecta a nuestras respectivas esferas de soberanía”.

Aquella traición

– A partir de ahí, el presidente español se aplicó a glosar el éxito de las misiones comerciales, de los muy jugosos negocios que se habían cerrado y de los que llegarían gracias al nuevo vínculo establecido en abril del año pasado. Es decir, al volantazo de su Ejecutivo respecto a la postura tradicional respecto al Sahara. O, dicho de modo más crudo y directo, a la traición al pueblo saharaui. Todo para que, como no hemos dejado de ver desde entonces, Marruecos se haya pasado por el forro el cumplimiento de su parte del presunto trato, mientras que Sánchez y su partido han ido coleccionando afrentas con la boca cerrada y la mirada en el suelo. Nadie lo expresó mejor que el eurodiputado Juan Fernando López Aguilar cuando, después de que los 17 representantes del PSOE quedaran en ridículo votando en la cámara de Bruselas junto a la ultraderecha en contra de exigir a Marruecos respeto a la libertad de expresión y la liberación de las decenas de periodistas encarcelados, afirmó tajante: “Si hay que tragar sapos en las relaciones con el vecino, se tragan”.

Quedan muchos

– Dicho y hecho. Pero no uno o dos sapos medianos de los que suele tocar en el menú del día de las relaciones internacionales. Como se acaba de volver a comprobar, a Sánchez le va a tocar meterse entre pecho y espalda una buena colección de batracios. Y con él, a su gobierno. A todo su gobierno, ojo, porque por más que la parte morada arrugue el morro y se muestre postureramente levantisca, las actuaciones de un gabinete son colegiadas y atañen a todos y cada uno de sus miembros. Les cabe, claro, romper la coalición o presentar la dimisión individualmente. Algo que no harán ni por esto ni por la gresca de la ley del Solo sí es sí.