"Eso es cosa de Itamaraty”, decía hace algunos años uno de los candidatos presidenciales brasileños cuando le preguntaban acerca de las relaciones internacionales del Brasil.

Itamaraty es el palacio en Brasilia donde se halla el ministerio de Asuntos Exteriores brasileño y la frase del candidato indicaba que su prioridad era ganar las elecciones y ocuparse, tanto como candidato como futuro presidente, de los asuntos internos de su país: Las cuestiones internacionales debían quedar en manos de los expertos en asuntos exteriores.

Para cualquier diplomático norteamericano, semejante actitud resulta envidiable, dada la propensión de sus presidentes a premiar con embajadas a quienes les ayudaron en sus campañas electorales y a relegar a los expertos a cargos secundarios. Según las cantidades que aportaron a la campaña electoral, las embajadas a las que son enviados los amigos políticos son de mayor o menor importancia.

Esta diferencia entre Estados Unidos y muchos otros países a la hora de considerar sus relaciones internacionales, no es solo una peculiaridad de la vida política norteamericana y del sistema de financiación de las campañas electorales, sino una consecuencia del lugar que Estados Unidos ocupa en el mundo desde el siglo pasado: no solo es el país de mayor peso económico, sino que también es la gran potencia militar, a gran distancia de cualquier rival en ambos aspectos.

Es cierto que Estados Unidos ha perdido posiciones relativamente a otros países, especialmente en el terreno económico, pues no ya es ya el único gigante como ocurría hace 80 años, sino que se enfrenta a una competencia cada vez mayor por parte de la China.

También en el terreno militar han aumentado los desafíos, pues si bien la Unión Soviética que los amenazaba con sus arsenales atómicos desapareció al acabar la Guerra Fría, la Rusia de hoy sigue teniendo gran capacidad para un ataque atómico, mientras que la China ha crecido tanto económica y militarmente que representa hoy una amenaza en ambos terrenos.

Sin embargo, Washington sigue siendo la capital de la primera potencia mundial… aunque tanto desde dentro como fuera del país hay conciencia de que es necesario replantearse su posición internacional y ajustar sus estrategias. Pero hacerlo hoy es mucho más difícil que hace 70 años, cuando el gobierno norteamericano adoptó las recomendaciones del NSC 68, un documento supersecreto de 66 páginas, redactado por los departamentos de Defensa y Estado, y que constituyó el fundamento ideológico de la Guerra Fría y dominó la política exterior norteamericana desde el entonces presidente Harry Truman hasta 1991, tras la disolución de la Unión Soviética.

Una guerra fría peor que hace 70 años

El NSC-68 es ya inútil hoy, pero la necesidad de sustituirlo es evidente: Los actores son otros, pero las amenazas de una guerra no han desaparecido y los norteamericanos se enfrentan otra vez a una nueva guerra fría, con riesgos iguales o mayores que los de hace 70 años.

Porque los peligros bélicos no han desaparecido, mientras que las ambiciones de sus posibles rivales son quizá mayores todavía. Además, estos rivales son más fuertes ahora de lo que era la URSS hace 70 años y, sobre todo, ya no hay solo un rival sino dos: no es solamente Rusia, un rival que sigue manteniendo grandes arsenales atómicos y no se ha desprendido de su maquinaria de guerra, sino que se le ha añadió China, la nueva gran potencia que va sumando a su poderío económico una creciente capacidad militar y que exige un lugar en el mapa de las superpotencias, como cree que le corresponde por su nivel económico y su elevada población..

Quien debe enfrentar todos estos desafíos es el presidente norteamericano, tanto el actual como el que salga elegido para el cargo dentro de año y medio. Tanto Joe Biden como sus posibles rivales para la presidencia, han de encargarse al mismo tiempo de preparar una campaña basada en cuestiones internas y en formular una política internacional adaptada a las nuevas realidades.

Ten cuestiones de relaciones exteriores, tanto durante la campaña electoral como desde la Casa Blanca, el desafío no se despliega ante el público y algunos tienen la impresión de que los mandatarios actuales no tienen una línea clara de lo que será su futura política exterior, ni ante Moscú ni ante Pekín.

El frente entre Rusia y China

Los chinos parecen representar un peligro nuevo ante el que no hay indicios de que Estados Unidos aumente su protección, mientras que Rusia se ha convertido de rival en enemigo a causa de la política norteamericana que parece dispuesta a ampliar la OTAN.

No sólo esto, sino que Rusia y China se han acercado más para oponerse a Estados Unidos, que se halla hoy ante un frente unido y más fuerte que cualquiera de sus posibles enemigos en la Guerra Fría. Hay razones para sospechar que el estado de máxima alerta en el Pacífico decretado este viernes para las fuerzas rusas, forma parte de esta colaboración con China, especialmente en momentos en que las tensiones entre Washington y Pekín han aumentado a causa de Taiwan, hasta el punto de que algunos temen en Estados Unidos que China lance una operación contra Taiwan

Es posible que los candidatos presidenciales para las elecciones del año próximo tengan la intención de establecer una nueva política internacional pero, de ser así, no lo demuestran ni lo indican en sus declaraciones.

Presidentes en cuestiones internas

’La dinámica electoral norteamericana les casi obliga a centrarse en cuestiones internas como los impuestos, la delincuencia o el aborto, pero el peso internacional de Estados Unidos requiere también que sus presidentes orienten sus esfuerzos al mantenimiento de la paz en el mundo que, en este caso y desde su punto de vista, exige también que se mantenga la superioridad militar del Pentágono.

Quizá al llegar a la Casa Blanca, el nuevo presidente dedique el esfuerzo de su equipo a atender las cuestiones internacionales, pero en estos momentos ninguno de los candidatos, incluido el actual presidente, han dado muestras de un interés especial por lo que ocurre fuera de sus fronteras.

Es un riesgo que el país con mayor peso económico y militar del mundo no se puede permitir, ni por las consecuencias que acarrea para los 350 millones de norteamericanos, ni para los muchos más millones de aliados alrededor del mundo.