Llega apoyada en sus muletas al taller, un espacio que ocupa en el pequeño vivero de empresas de Aoiz, y allí ofrece un escaparate artesano de tejidos de colores perfectamente dispuestos. De cada uno de ellos cuelga su etiqueta, El gantxillo de Mari. Es la firma de la artesana Lluna Barquero Hidalgo que elabora a mano toquillas de casera, ponchos, mantas, cuellos, jerseys… “Todas las prendas que se puedan hacer a ganchillo, de momento, solo para mujeres. Aún no me ha dado tiempo de confeccionar artículos para hombres, solo cuellos y cosas así”, declara entre risas. La calidad de las prendas salta a la vista, y en ellas pone “todo el cariño”. “Son la combinación de tradición y modernidad. Soy catalana y pronto vi que aquí se conservan las tradiciones. Por eso elegí este nombre”, explica. El gantxillo de Mari, es su guiño a la mitología vasca, el sello que cuelga de cada en cada pieza, en su tarjeta de visita y en las redes sociales.

‘El gantxillo de Mari’, la artesanía motor de una nueva vida M. Zozaya Elduayen

Lluna nunca pensó en ser artesana. Tiene 40 años, es de Barcelona y llegó a Aoiz por amor. “Me trajo un agoizko”, expresa con una sonrisa que no pierde en ningún momento. La pareja fijó en la villa su hogar y a él aportaron cuatro hijos. Comenzó a trabajar de camarera en el Beti-Jai. De carácter afable e inquieto, pronto se dio a conocer en el pueblo. Pero a los seis meses comenzó a tener problemas de salud. “Se me dormían las piernas y me diagnosticaron una hernia dentro del conducto de la médula. Tengo una hernia discal que dañó los nervios de la pierna derecha de por vida”, rememora. Añade que su tratamiento se retrasó con la pandemia. “Tenía la fecha para la infiltración justamente aquel 16 de marzo en el que declararon el confinamiento. Después de año y medio entre consulta y consulta, cuatro meses de rehabilitación, ahora me llevan en la Unidad del Dolor. Cada seis meses me hacen una rizolisis (técnica quirúrgica para abordar el dolor). Me ponen electrodos en el nervio dañado para que no mande señales de dolor al cerebro”, explica en lenguaje llano.

Declara eterno agradecimiento, primero a su familia, después, a la sanidad pública: al centro de salud y a la trabajadora social de Aoiz, a la Unidad del Dolor, al Servicio de Raquis de Ubarmin y al de Neurocirugía del Hospital Universitario de Navarra. La ayuda de todos, subraya, “me ha permitido levantarme de la silla de ruedas. No se han rendido. Han intentado buscar qué podrían hacer para ayudarme hasta el final. He avanzado mucho, pero los médicos me dicen que no tengo más capacidad de recuperación. “Tienes un cable pelado en la espalda y yo no tengo cinta aislante para arreglártelo. Se queda tal cuál está” fue el resumen de Neurocirugía. Esto es degenerativo. Pero bueno, no tengo nada que me esté matando. Simplemente, me he quedado coja. Hay gente que tiene otra papeleta peor”, opina.

Asumido que no podría volver a trabajar de camarera (tiene reconocida una incapacidad) la cabeza comenzó a dar vueltas y escuchó la frase de su abuela Antonia: “Manos paradas, malos pensamientos”. El arte de coser ya venía de su bisabuela Encarna, y la cocina la aprendió de la abuela Concha, con quien se hizo camarera en La Rioja. “Me quedé en la silla y no podía coger ni un vaso. Entonces le dije a mi marido que me trajera lanas y ganchillo. Entonces, se disparó la afición y la creatividad”.

En septiembre le concedieron la incapacidad y en octubre, una fructífera conversación con Carlos García, agente de desarrollo local de Cederna Garalur, fue su trampolín. “Su apoyo fue total. Me ofreció el vivero y todas las facilidades del mundo. Llevaba tres años parada y había que salir de aquel estado depresivo”.

Ahora, el día a día de Lluna es más alentador. Aunque vaya con muletas, se siente mejor de pie que en la silla. Trabaja con mimo e invierte más o menos tiempo según la prenda. Vende en Aoiz, donde la respuesta ha sido muy buena, también por Internet y acude a ferias con la ayuda de su marido. La mayor, Durango. “El Gobierno de Navarra nos ha nombrado artesanos oficiales. Esto ayuda mucho”, apunta. En el ganchillo ha encontrado un motor. Una ilusión para no sentirme inútil. Me siento realizada. He dado un paso de gigante. El dinero no es para mí lo importante. Necesito complementar mi pensión, mantener la cabeza ocupada y demostrar que valgo para algo”.

Con plena convicción y fortaleza, Lluna deja un mensaje final. “La vida no se termina cuando te diagnostican una enfermedad degenerativa. A veces, la misma vida te echa el freno de mano y te dice que no puedes ir por este camino. Y entonces, te buscas otro”.