El 20 de marzo, martes, festividad de san Wulfrano obispo, y de otros, comenzará la Primavera y acabará un invierno que en el País del Bidasoa ha ofrecido dos nevadas bastante elegantes para lo que acostumbra los últimos años. Ha coincidido, la más reciente, con el Miércoles de Ceniza y la Cuaresma que ya no son lo que eran, lo que conocimos muchos.

La Cuaresma, voz que deriva del latín quadragesima, son los 40 días anteriores a la Pascua, el tiempo del calendario cristiano de preparación espiritual a la alegría pascual celebrado por la práctica totalidad de las iglesias europeas y las del que se llamó Nuevo Mundo. Seis semanas, cada una con nombre (Ana, Badana, Rebeca, Susana, Lázaro, Ramos y... ¡en Pascuas estamos!) según el viejo refranero y época de muchos rezos: “Garizuman sartu gara. 40 egun, 40 Kredo”, nos acaba de recordar el amigo euskaltzain de Amaiur, Paskual Rekalde.

La portada de ‘El último tamborilero de Erraondo’ en 1923

Es, antes más, un periodo de recogimiento y purificación, la cuarentena aplicada en las epìdemias o la que sufrían los emigrantes a Estados Unidos al llegar por barco a la Isla de Ellis, la que fue puerta de entrada a la aventura americana. Rendido Don Carnal y desde el Miércoles de Ceniza, que somos polvo y estamos hechos polvo tras el jolgorio carnavalesco, llegaban la vigilia, el ayuno y la abstinencia, los viernes la carne ni tocar.

La ceniza

Es símbolo y representación de renuncia a toda vanidad terrenal, y para los antiguos las cenizas mejoraban las cosechas, además de que llevadas por el viento fertilizan la tierra con la lluvia. Hasta hace un siglo, esparcir ceniza sobre los cimientos de una casa se creía que protege del rayo, y desempeña todavía un papel importante en el ritual religioso entre los cristianos.

Quizás de ahí la costumbre pastoril (discutida) de prender fuego al monte en este tiempo para quemar árgoma (en euskera, oteak) y matorral con la intención de que brote hierba nueva para el pasto.

Un siglo atrás

Este tipo de cuestiones estaban mucho más arraigadas y tenían más vigencia hace un siglo, cuando la actividad agropecuaria era mayoritaria en la población. Basta consultar periódicos y documentos de hace un siglo, recién llegados el servicio de agua a las casas, alumbrado público y el teléfono, de lo que el Valle de Baztan puede tener a orgullo que fue de los municipios pioneros en contar con ellos en Navarra y en el Estado.

Precisamente en febrero de 1923, la Diputación Foral de Navarra formaba una gestora con varios diputados forales, los alcaldes de Pamplona, Elizondo, Baztan, Doneztebe y varios ingenieros. Se trataba de abordar un “importantísimo problema” y desarrollar un “proyecto de gran interés”, unir Pamplona y la cuenca del Bidasoa al funcionar el ferrocarril que enlaza Guipúzcoa con “aquella espléndida comarca”, porque “cada vez se aflojan más las relaciones mercantiles de las Cinco Villas, Baztán y Bertizarana y nuestra capital”. Otra vez, Pamplona se desentendería y todo quedaría en nada.

También aquel año, la revista argentina Caras y Caretas publicaría por primera vez en América la obra “El último tamborilero de Erraondo”, de Arturo Campión, con dibujo de portada firmada por Sirio y basada en la triste realidad histórica de la emigración del pueblo vasco. De Campión se cumplen ahora 140 años de su intervención contra Germán Gamazo y su gamazada que levantó a Navarra entera.

Y de ese año, hace un siglo, y de la emigración entonces en pleno auge, escribirá también José María Salaverría su novela corta “Viaje en redondo”, otra sobre la emigración donde los amigos del protagonista eran, como no, dos muchachos del Valle de Baztan que como él iban a probar fortuna a América. En Cuaresma y emigración, que parece nuestro sino inapelable, antes a América y ahora más cerca pero en igual peligrosa despoblación. Es lo que hay.