"Esta feria es diferente. No es un mercado, son artesanos que trabajan. Mi producto es difícil de vender y vengo para enseñar mi oficio, los materiales, el proceso y cómo he vivido de cestero durante cuatro décadas", contaba Miguel Ángel Arriaga, de Berriz, en la plaza de Altsasu. Y es que era la feria de artesanía de la cruz de mayo, una cita que comenzó a celebrarse en 1972, con un largo paréntesis entre medias, hasta 1992, cuando fue recuperada por un grupo de altsasuarras. Desde entonces, año tras año, salvo el parón por la pandemia, no ha faltado. En este tiempo se ha convertido en referente, sobre todo por la demostración de viejos oficios, algunos ya desaparecidos. Este primer domingo de mayo eran más de una veintena. 

Precisamente, la de cestero es una de las profesiones que no vive su mejor momento, después de una época dorada del jai alai, como se conocía la cesta punta en Florida. “En 1983 había 14 frontones, con unos 40 pelotaris en cada uno. Entonces éramos muchos cesteros y trabajábamos todos. Ahora quedan 2-3”, recordaba. Si bien la cesta punta en Estados Unidos es parte del pasado, Arriaga destacaba que esta modalidad de pelota “está volviendo. Está cogiendo fuerza, con escuelas en Bizkia y también en Gipuzkoa. Hay movimiento”. 

Miguel Ángel Arriaga, de Berriz, arregló cestas. N.M.

Este vizcaíno es uno de los habituales en esta feria. “Siempre que me invitan vengo encantado. Hay muy buen ambiente” destacó. Se coloca junto a Carmelo Llena, artesano de Altsasu que realiza pelotas de cuero. No en vano, en esta cita es importante la presencia de artesanos locales, una decena ayer con productos tan variados como bastones, pintura en textil o gigantes en miniatura, además de los grupos de talla, de bolillos y lencería, estos dos últimos en su lugar habitual, debajo del campanario. Además, se pudieron ver algunos de sus trabajos en los bajos de Gure Etxea. 

Samuel Martiartu colocar un aro en una barrica. N.M.

Samuel Martiartu, de Murchante, hacía 5 años que no acudía a Altsasu. De familia dedicada a la tonelería, aprendió el oficio en casa. “Se jubilaron mi padre y mis tíos y me quedé solo en el taller. Intenté seguir y cogí gente, pero les costaba aprender el oficio”, apuntó. No obstante, sigue trabajando como tonelero en una empresa. “El proceso es muy diferente pero los barriles son de buena calidad”, destacó. Ayer mostró cómo se doblan las tablas de roble, con calor y agua, y una vez conseguida la forma, sujetar la madera con aros además del tostado.

De tradición familiar también les viene su profesión a los Brun, de Izurdiaga, séptima generación trabajando el hierro. Ayer acudieron con su fragua de campaña, con un fuelle del siglo XVIII. “Solemos venir cada dos años. Es una de las mejores ferias, sobre todo por la comida y la sobremesa, que hablas con otros artesanos”, apuntó Eduardo Brun, con una larga experiencia en ferias, unas 30 al año. Además, los y las txikis pudieron participar en la tarea. Asimismo, hubo un taller de cerámica.

Un grupo de tejedoras mostró todo el proceso de la lana. N.M.

Junto a rostros conocidos también había nuevos. Era el caso de un grupo de hilanderas-tejedoras de diferentes puntos de Navarra, Gipuzkoa, Bizkaia y Álava, que mostraron el proceso completo después del esquileo, tarea que también se pudo ver ayer. Lo primero fue escarmenar para desenredar y limpiar la lana para después cardarla ante de hilarla, tanto en rueca como con huso. Una vez hechos los ovillos, otras hilanderas tejieron prendas con la lana. “Somos un grupo de mujeres que nos juntamos una vez al mes. Hilar o tejer relaja más que el yoga”, apuntaba Arantxa Díez. Lo cierto es que la acción de tejer se utiliza como medida terapéutica, lanaterapia, que según los expertos, libera la tensión, cultiva la paciencia, promueve el bienestar, aumenta la autoestima, fomentar la creatividad y la concentración además de reduje el estrés y la ansiedad entre otros beneficios.

En el otro extremo de la plaza estaba Manu Kañamares y su hijo Oier, que llevaron hasta la plaza un zerratoki, un rudimentario aserradero que reproducía al que tenía el abuelo del primero. También llevaron a Altsasu una exposición de herramientas antiguas y otra de madera de los árboles de la zona.

El talo es imprescindible en la feria de artesanía de Altsasu. N.M.

De poner sabor a la feria se encargó un grupo de talojoñes. Eran: Maitane Antón, Arantxa Asuarabarrena, Mari Navarrete, Idoia Ganuza, Mª Jose Elizalde, Herminia Torres, Maite Ganuza, Ione Guajardo y Belén Rubio, que no pararon en toda la mañana, repartidas en diferente tareas. Mientras unas preparaban la masa y daban forma a los talos, otras se encargaron de asarlo en una plancha sobre la brasa, otras freían la txistorra y otras se encargaban de la venta, tareas en las que se turnaban según la necesidad del momento. Del fuego se encargó Patxi Beramendi.