Beatriz Salinas Martínez de Ordoñana (1926-2020), comenzó a escribir sus memorias con 85 años, animada por Bernardo Atxaga. “Lo hago para dejar escrito lo que conozco de mis antepasados por vía oral y para que quede constancia de cómo vivimos los trágicos sucesos de agosto de 1936”, dice al final del primer capítulo del libro que se presenta el miércoles en Altsasu, en el Centro Cultural Iortia a partir de las 18.00 horas. Además, su padre, Pedro Salinas Arregui, también dejó escritas sus memorias, una vida digna de película en la que se inspiró Atxaga para crear un personaje de su novela El hijo del acordeonista

Lo cierto es que la figura de su padre es fundamental en la vida de esta mujer nacida en Galarreta, un pequeño pueblo de Álava, la segunda o tercera de seis hermanas. Y es que tenía una gemela. A modo de resumen, se podría destacar que Pedro Salinas emigró a Norteamérica a principios del siglo XX, donde hizo fortuna con la explotación de una mina de plata en la frontera entre Alaska y Canadá. Años después, volvió de visita a su pueblo y se enamoró de una joven vecina, Dolores Martínez de Ordoñana, una niña cuando él se fue. No en vano, se llevaban 14 años. Se casaron y en 8 años tuvieron 6 hijas. Diputado de Álava durante la República, vivía feliz viendo como crecían sus hijas hasta que el alzamiento fascista lo cambió todo. 

Pedro Salinas y Dolores Martínez de Ordoñana con sus seis hijas. Familia de la Vega Salinas

A Pedro Salinas led etuvieron al principio de la contienda le detuvieron junto con tres amigos maestros y les llevaron a fusilar a Otxaportillo. Mataron a los tres maestros pero él consiguió escapar, esconderse y negociar su huida a cambio de su fortuna. Después vino el exilio en Burdeos, con su mujer, mientras las hijas quedaron al cuidado de los abuelos maternos. Cuando la situación estaba más tranquila volvió. No obstante, no lo tuvo fácil. “Pasó un año desterrado en un caserío de Lomendi y después dos meses en el campo de concentración de Nanclares de la Oca”, recuerda su nieta, Beatriz de la Vega Salinas. 

La guerra y la posguerra marcaron la vida de esta familia, unos duros sucesos vividos en su infancia y adolescencia de los que deja testimonio Beatriz Salinas a lo largo del libro. “Era una mujer valiente y pone voz a muchos silencios. Aunque parece que se ha dicho todo sobre la guerra civil, hay mucho de lo que no se habla. Pensamos que si no lo nombramos no existe; pero el miedo y la culpa no han desaparecido del todo”, apunta su hija. Asimismo, son relatos sobre las costumbres de un pueblo ligado a la tierra y a sus tradiciones; la enseñanza, la religión o las fiestas y celebraciones en aquellos años grises de posguerra, entre otras cuestiones.

Fotografía de Beatriz Salinas en su juventud que es portada del libro.

Fotografía de Beatriz Salinas en su juventud que es portada del libro. Familia de la Vega Salinas

Otro capítulo del libro es sobre el Hotel Alaska, que las seis hermanas abrieron en 1954 en Altsasu, junto a la N-1, cuando la carretera entre Irún y Madrid atravesaba la villa . “Trabajaron mucho desde el principio, les fue bien y diez años después abrieron otro hotel, más grande, con el mismo nombre en Etxegarate”, apunta Beatriz de la Vega. “Uno de los primeros clientes que paró a comer fue Humberto de Saboya, ya destronado. También estuvieron Carlos Hugo de Borbón con sus hermanas y Juan Carlos I de jovencito. Sobre todo acudían turistas, gente del pueblo, actores, toreros, deportistas o empresarios”, cuenta Beatriz Salinas en sus memorias. En los años 80, al construirse la variante, desapareció el turismo “lo más fácil y rentable del negocio”, decidieron cerrar el primer hotel. Así, las gemelas montaron, en el antiguo bar y comedor, una perfumería y tienda de moda. 

Pedro Salinas con sus hijas en el Hotel Alaska. Familia de la Vega Salinas

Beatriz Salinas también habla en su libro de la enfermedad, de la vejez y de la muerte. No en vano, enterró a cuatro de sus seis hijos, a su marido y a todas sus hermanas. “Me quedan dos hijas, nietos, nietas y hasta un biznieto. Pero la muerte de cuatro hijos accidentalmente, sin haber podido cogerles de la mano, ni darles un abrazo, es un trauma que lo tengo conmigo”, se puede leer al final de sus memorias. Son partes de su vida en las que no se recrea, a diferencia de otras vivencias, quizás porque dolía demasiado recordarlas. “Lo llevaba con fuerza y aceptación. Siempre me ha asombrado su capacidad de sobreponerse a los golpes que le daba la vida”, señala su hija. 

Este libro es una pequeña autoedición, la tercera edición desde 2012, revisada por ella misma a los 92 años, su hija y su nieto, Juan de la Vega. “Hemos incorporado fotos de la familia y ampliado algunos capítulos. Le hacía mucha ilusión volver a publicarlo pero se retrasó por diferentes motivos”, cuenta su hija, que ha escrito un epílogo que completa el libro. “Ya que ella cuenta su vida me parecía bonito contar su muerte. Era una manera de cerrar el círculo. Me costó mucho empezar, pero un día me senté y salió todo seguido”, recuerda. l