Detrás de una de las obras más inmortales de la literatura y que ha marcado a generaciones, hay una mujer. La interesante y mundana Consuelo Suncín, salvadoreña que vivió entre intelectuales y la aristocracia parisina, siendo conocida en algunos círculos como la Sherezade de los trópicos por su enorme magnetismo personal y que la convirtió en musa de artistas e intelectuales.

Viajes e intelectualidad

Nació en la ciudad de Armenia, en El Salvador, en una familia criolla de ricos terratenientes y tenía dos hermanas -porque los hermanos varones murieron a muy temprana edad por enfermedades respiratorias-. Con una beca, la joven de 19 años viajó a San Francisco (California) para estudiar inglés e iniciarse en la pintura. Allí conoció al joven Ricardo Cárdenas, un dependiente en una tienda de pinturas con quien se casó en 1920. Ricardo murió en un accidente de tren y Consuelo quedó viuda con 22 años, aunque años después se hizo pública su acta de divorcio, registrada en México en 1925. Un capítulo de su vida rodeado de misterio por el estigma que suponía para la época presentarse en sociedad como una mujer divorciada. 

En el país azteca se inició en los estudios de Derecho y Periodismo que, junto al ambiente intelectual en su casa de El Salvador, la iniciaron en la escritura. Viajó a Roma, pero recaló en París tras su relación con el extravagante escritor Gabriele D’Annunzio, y en la ciudad de la luz conoció a Enrique Gómez Carrillo, periodista guatemalteco, célebre en Francia y conocido como el príncipe de los cronistas latinoamericanos en París. Treinta años mayor que ella y con un temperamento explosivo, su matrimonio duró once meses tras la muerte del escritor por un derrame cerebral con 54 años. No recibió fortuna alguna en herencia, salvo infinidad de libros, una casa en Niza y la rivalidad con la segunda esposa del literato, la bailarina española Raquel Meller, que se negó a que Consuelo figurara como su viuda. Consuelo ganó el reconocimiento en los tribunales y legalmente viuda, comenzó a profesionalizarse en el periodismo escribiendo artículos de sociedad y moda.

Suncín, de negro en su boda con Saint Exupéry en 1931. CEDIDA

La rosa y el amor

A París volvería de nuevo casada con el escritor, piloto y Conde de París Antoine de Saint-Exupéry a quien conoció en un viaje a Buenos Aires donde el célebre aviador estaba a cargo de la compañía aéreo postal. Familiares de Consuelo han relatado que en sus viajes a El Salvador ella contó que el piloto le pidió matrimonio a fuerza de darle vueltas en su avión. Se casó con él 1931 y de luto, porque era viuda. Comenzaban quince años de relación turbulenta por la vida bohemia del escritor, sus continuos viajes por el mundo y su colección de amantes. La rosa de El Principito -con más de 500 traducciones oficiales, de cuya publicación se cumplen 80 años y que aún hoy vende anualmente cinco millones de ejemplares en todo el mundo- está inspirada en aquella encantadora y de apariencia frágil Consuelo. 

El Principito procuraba cuidados a su rosa, evitando que le azotara el viento cubriéndola con una campana de cristal. La delicada rosa tosía, al igual que la esposa del escritor, que padecía asma como algunos miembros de su familia. Los tres volcanes representan los volcanes de El Salvador, los baobabs, las ceibas a la entrada de Armenia, el origen de Consuelo. La infidelidad y dudas se presentan simbolizadas por el campo de flores que encuentra el protagonista en su planeta. Toda una alegoría de la mujer que compartía su vida de forma intensa e intermitente:  

El Principito y la rosa

El Principito y la rosa Paramount Pictures

Dar amor no agota el amor, por el contrario, lo aumenta. La manera de devolver tanto amor, es abrir el corazón y dejarse amar.

- Ya entendí - dijo la rosa.

- No lo entiendas, vívelo - dijo El principito.

De nuevo viuda

El último vuelo de Saint-Exupéry tuvo lugar en 1944 desde Córcega. Un cadáver con insignia francesa se encontró al sur de Marsella y fue enterrado sin identificar siendo su muerte un misterio durante décadas. En 1998 se halló en la costa marsellesa la pulsera con la inscripción del escritor y el nombre Consuelo. Fue la pista para hallar su avión, el Lightning P38 con el que partió en misión de reconocimiento en la II Guerra Mundial. Desaparecido por siempre, Consuelo le escribió cartas que guardó durante décadas.

Con madurez y experiencia, de nuevo viuda, Consuelo volvió a Nueva York, ciudad donde vio la luz El Principito, para vivir en su apartamento de Central Park West, uno de los rincones más aristocráticos de la Gran Manzana. Allí escribió su autobiografía, publicada en el año 2000, más de veinte años después de la muerte de Suncín. En Memorias de la rosa, relataba su tormentoso matrimonio con el piloto, alguien “cruel, negligente, avaro pero derrochador” y el racismo que vivió entre la aristocracia y el rechazo de los allegados del conde en París, allí donde nadie conocía su pequeño país y que ella siempre llevó por bandera.

Consuelo Suncín de Saint-Exupéry murió a los 78 años en 1979. Está enterrada en Père Lachaise, el camposanto de los ilustres de París, donde se encuentra la tumba de su segundo esposo, Gómez Carrillo, puesto que Saint-Exupéry nunca recibió sepultura. Sus últimos años fue atendida por su asistente José Martínez, fue su heredero universal y quien impulsó la publicación de los manuscritos de 'la rosa'.