ste lunes entré un rato en la Realidad Aumentada. Me ajusté esa especie de prismáticos enormes, me colocaron dos mandos para interactuar con las manos dentro del universo virtual y paseé por islotes cubiertos de arena, caminé sobre el agua turquesa y salté de una azotea de rascacielos a otra como Ladybug. Fue bestial detenerme unos segundos en el borde y ver entre las puntas de mis pies el tráfico ahí abajo. Cien metros de altura. Vértigo en el estómago y la atracción del abismo. Quizá en unos años vivamos ahí, en la realidad virtual. Quizá también habitaremos el espacio. Ayer partió del Centro Kennedy que tiene plantado la NASA entre las palmeras de Florida la primera misión tripulada y comercial operada totalmente por empresas privadas. Cuatro hombres civiles, empresario estadounidense, otro canadiense, expiloto israelí y comandante de origen español y nombre que invita a sonreir, Michael López Alegría. ¿Destino? La Estación Espacial Internacional. ¿Organiza? Axiom Space, una empresa que investiga posibles usos comerciales del espacio. ¿Objetivo? Llevar a cabo un puñado de experimentos tecnológicos y científicos tipo purificación del aire, estudio de células madre en otras condiciones y autoensamblaje de piezas para satélites y futuros hábitats espaciales. Viviendas modulares con huerto de coles azules y pimientos blancos, columpios ingrávidos que nunca bajan y casita para mascota alienígena. Lo que Axiom quiere es construir la primera estación espacial comercial. ¿Y qué van a comer estos hijos la semana que van a estar ahí arriba flotando?, pensarán sus madres octogenarias. Paella y otros platos mediterráneos diseñados por ese humano imparable que es el cocinero José Andrés y la otra leyenda que son los Adrià. Quizá cuando cumpla 70 me toque visitar a mis nietos no ya en Londres o en Boston, sino en Venus, o en una colonia residencial de la Luna. Me relaja un poco pensar que allí también podremos apretarnos un buen arroz, aunque en esas condiciones atmosféricas no sé si conseguiremos ligar bien el pil-pil.