ejar silencio a nuestro paso colma lo andado. Leo este aforismo de Ramón de Andrés después de un paseo por un paisaje de verdes como de esmalte. Solo con personas de absoluta confianza podemos mantener un silencio tranquilo. Claro que hay palabras que lo sostienen, pero para qué decirlas y abaratar su significado si la calidad de esa reserva es por sí misma una expresión superior e indiscutible. El silencio es poliédrico. Es también la condición interior para escuchar sin tener la respuesta bailando impaciente en la recámara, dispuesta a iniciar una partida de pádel, la prueba de la invitación a que los demás ocupen el lugar que consideren apropiado, la premisa de un pacto donde caben coincidencias y divergencias que no necesitan confrontarse porque se entienden legítimas y amplían el espacio.

Por el contrario, hay conversaciones que son de tan pura autoafirmación que imponen un régimen tiránico, estrechan las opciones y conducen a lugares sin oxígeno, decepcionantes y tristes como un silencio resentido.

Sería muy fructífero que aprendiéramos a conversar y a callar como se aprenden las normas básicas de higiene. Pienso todo esto al hilo de las palabras de de Andrés acerca de su libro Caminos de intemperie. Rescato otro aforismo, La cosa estriba en sentirse más como imprecisión que como imperfección, porque creo que muchos de nuestros intercambios verbales tienen que ver con la urgencia de ofrecer al mundo una posición firme y acabada, ignorando que no hay oferta que supere la de la propia presencia y su dosis de yo qué sé, sin embargo, sentimos la necesidad de apuntalarla. A mí esto de la cosa -mejor que el quid o el éxito- me ha gustado y la imprecisión se revela como un laboratorio, con su parte de búsqueda y su parte de aceptación del error. Me reconforta.