odas las semanas, al tiempo que me siento a escribir estas trescientas palabras —intento que ni una más ni una menos, una neurosis juguetona— abro otro documento titulado Turnos mamá y mando un guasap que lo repite con un interrogante a mis hermanas y hermano. Poco a poco, mientras redacto, pita el móvil, lo miro y voy completando la tabla de lunes a domingo. Cada casilla con su nombre y su color asignado arbitrariamente, pero hasta ahora nadie se ha quejado y así se va a quedar.

Esta vez coincide con el Día de la Madre. En casa nunca lo hemos celebrado más allá de la entrega y recepción de manualidades escolares y de eso hace ya un tiempo, pero me ha hecho recordar. Cuando yo era una cría y la mía era una madre joven de familia numerosa, mi abuela le decía que tenía mucha suerte, que con tanta hija iba a estar muy servida. Esa era la expresión, que a mí me evocaba una pila de bandejas y mantelitos individuales y una clara actitud reverencial. A mi abuela la cuidaron sus hijas, por lo tanto, hablaba de lo que veía y no encontraba razón para que el mundo tuviera que cambiar.

Nosotras y nosotro (A ver, puristas, ¿cómo lo digo si no si a mi abuela ni se le ocurría que un hijo pudiera cuidar igual que una hija, hacerse cargo de una porción equitativa, y así es y el nosotras no refleja la realidad y el nosotros menos aún?) hacemos lo que podemos, porque del grueso de cada día se ocupan L y E.

A falta de cuarenta palabras no cabe hacer sociología recreativa, solo comentar que intuyo que no replicaré a mis ancestras. ¿Ustedes le han dado una vuelta a la cuestión? ¿Tienen expectativas al respecto?