s triste, pero si pensamos en el futuro, está claro que la tendencia es que la mayoría de los 7.000 idiomas que hoy en día se hablan en el mundo vayan diluyéndose y queden sólo un puñado de grandes lenguas mestizas como el spanglish.

Es duro, pero el futuro del euskera no es muy halagüeño y ya el presente deja mucho que desear. A la fuerza con la que se extienden por todas partes las lenguas hegemónicas hay que sumar la oposición frontal de las gentes de la derecha y las eternas dudas existenciales de muchos sectores de la izquierda. ¿Cómo explicarle a toda esta gente que, por ejemplo, por darle el rango de lengua oficial en Navarra, no se va a producir ningún tsunami? Como mucho se enseñaría algo de euskera en las escuelas donde ahora ni lo huelen. Y en cuanto a la exigencia de euskera para trabajar en la Administración, tampoco sería pasar del 2% en el que estamos ahora al 100%, como piensan algunos. Una cosa es tener dos lenguas oficiales y otra actuar con sentido común, y no están reñidas. Tranquilos, que no se va a hacer como con el hebreo en Israel, que pasó casi de la nada a ser la lengua nacional. Para eso hace falta mucho dinero y los bilingües no somos, precisamente, los más ricos de por aquí.

Y ¿por qué empeñarnos en mantener viva esta lengua contra viento y marea? Pues porque es una de las batallas que nos toca vivir, como el feminismo, o la lucha contra la homofobia, la desigualdad social o la destrucción del medioambiente. Podríamos pasar de todo y dedicarnos a cuidarnos y a darle a nuestro cuerpecito todo lo que le apetece, sin más, pero esa inacción es lo que hace que el mundo se esté convirtiendo en un mero terreno de juego para unos cuantos poderosos multimillonarios.