El cuarto de siglo transcurrido desde los días en que ETA secuestró y asesinó a Miguel Ángel Blanco permiten apreciar los sustanciales cambios registrados desde entonces. La sensibilidad social y política no es la misma que hace 25 años, aunque mantiene idénticos valores esenciales de respeto a la pluralidad, libertad, tolerancia y convivencia democráticas.

Felizmente, el terrorismo ya no asesina, no condiciona la vida de la ciudadanía, en especial la de las decenas de miles de personas amenazadas de muerte o extorsionadas, ni coarta el funcionamiento de sus instituciones. ETA ya no existe. Conviene recordarlo ahora que se escuchan discursos de confrontación similares a los que se pronunciaban hace 25 años.

El clamor social, la indignación y la reacción en forma de toma de las calles frente a la barbarie que tuvieron lugar durante y tras el cautiverio y el asesinato de Miguel Ángel Blanco supusieron sin duda un punto de inflexión hacia la desaparición final de ETA, que fue incapaz de escuchar, entender ni asimilar en un primer momento aquella reacción de la sociedad en su conjunto.

No era, sin embargo, la primera vez que la ciudadanía salía a la calle frente a ETA. No es cierto que la sociedad vasca fuera connivente o pusilánime frente al terror. Es verdad, sin embargo, que una parte significativa –la izquierda abertzale– apoyó, dio cobertura y fue cómplice del terror. El crimen del concejal de Ermua, por las especiales circunstancias que rodearon el mismo, provocó una convulsión que se convirtió en una marea que precipitó el principio del fin de ETA.

Los discursos políticos y mediáticos de estos días y las circunstancias que han rodeado el homenaje tributado ayer a Blanco en Ermua –y que, pese a la tensión previa, transcurrió finalmente por los cauces de respeto mutuo– muestran que la memoria integral, centrada en el reconocimiento y respeto escrupuloso al dolor y significado de todas las víctimas y basada en la justicia y la reparación, continúa siendo una asignatura pendiente de cara al futuro de nuestra convivencia.

Para ello es imprescindible la firme consolidación de unos mínimos valores éticos compartidos que deslegitimen la violencia y, también, el ejercicio de la autocrítica por la actitud mantenida ante ETA. La izquierda abertzale, ausente ayer en el homenaje de Ermua, está de nuevo interpelada para saldar esa deuda con las víctimas y con toda la sociedad.