Aunque sólo sea para joder a Putin hay que ahorrar gas y kilovatios. Y cuanto más, mejor. No entiendo que Europa haya descubierto de repente el bien de combatir el despilfarro. ¿No era éste un valor en sí mismo y fundamento de la eficiencia? Siempre he creído que una buena vida agradece la sobriedad, sin merma de eventuales excesos. El decreto de Sánchez, desconcertante e imperativo, no contempla ninguna medida en el ámbito de la televisión siendo una gran consumidora. Permítame el presidente español algunas ideas de parquedad energética.

Es exigible adelantar a las 11 de la noche el final del prime time con carácter general. Llevamos décadas aplazando esta reformulación de horarios para que la gente se acueste antes y se levante pronto, porque lo de ahora es irracional y franquista.

Imagine el ahorro eléctrico que reportaría a millones de hogares. ¡Ah, es que no quieren Vasile y demás capos de los grupos audiovisuales! Temo la proverbial cobardía de la izquierda con los medios: dio paso a los canales privados, que trajeron la telebasura, y Zapatero hundió RTVE en 2010 privándola de financiación publicitaria. Y la nueva Ley Audiovisual menoscaba todavía más las emisoras públicas en favor de las comerciales.

Tiene sentido que la programación acabe a la una de la noche, con himno y bandera si es menester. Debe obligarse a los fabricantes de televisores a suprimir el maldito standby, causa de tanto gasto inútil. Aprender desde niños que el sueño y la tele son incompatibles. Y que más de una pantalla es un lujo de pobres y para quienes el tamaño importa. Desear el aparato más grande, que achican habitaciones y amplían recibos de luz, es producto de algún complejo freudiano. Se trata, al fin, de que la gente le gane la guerra a Putin con el mando de la tele. Y ya sabe el invasor dónde se puede meter su sucio gas.