La política como el arte de lo posible es una axioma ampliamente asumido que tiene muchos padres, desde Maquiavelo a Churchill o Aristóteles, pero ninguna autoría rotunda. Tampoco se aleja de la realidad global actual la definición de que es el arte de hacer posible lo necesario. La actual crisis energética mundial es buen ejemplo de ello. Occidente contemplaba con displicencia lo que pasaba en Rusia o pergreñaba Putin por que era una gigantesca factoría gasística que solucionaba los problemas energéticos de media Europa a buen precio. Y con un poderoso ejército ya que no daba guerra más allá de sus fronteras. Ahora es el enemigo número uno del primer mundo porque nos ha cortado la espita del gas. Paralelamente las cancillerías de medio mundo miran con otros ojos a países antes demonizados como Marruecos, Argelia, Libia o las multimillonarias monarquías absolutistas del Pérsico para garantizarse el abastecimiento energético para este crudo invierno. O para que cierren la espita de la inmigración. Las alianzas globales cambian de una semana a otra en función del impacto en nuestros hogares de las materias primas y las fuentes de energía. De ética, igualdad o derechos humanos, ni hablamos. Con un pragmatismo a veces indolente, el dilema entre lo posible y lo necesario tiene un claro vencedor. l