La victoria incontestable –en términos electorales– de la ultraderecha liderada por Giorgia Meloni en los comicios del domingo en Italia es la temida constatación del grave y preocupante auge y expansión del neofascismo y el populismo en Europa y de la dificultad o incapacidad de la política tradicional de abordar con responsabilidad histórica este desafío que amenaza seriamente la democracia y los derechos ciudadanos. En Italia, un país habituado a la inestabilidad política e institucional, el descrédito y el desapego de la política han abonado desde hace años el terreno del populismo y el radicalismo, a izquierda y derecha. La histórica abstención registrada, superior al 37%, es consecuencia de esta crecinte desafección en un país tradicionalmente participativo. Espoleada por el impacto de la crisis económica, ha sido la ultraderecha la que con una estrategia sucia pero perfectamente diseñada y asimilable a la que desarrolla en otros países europeos incluido el Estado español, ha conseguido presentarse como la única alternativa posible en momentos de crisis y gran incertidumbre. La falsa moderación exhibida por Meloni en las últimas semanas de campaña como disfraz frente a quienes la ven como una seria amenaza por sus obvias veleidades filofascistas ha terminado calando en gran parte del electorado. A ello ha contribuido sobremanera la calamitosa estrategia de la izquierda, desorientada, desunida y cainita e incapaz de presentarse unida como valedora de los derechos de los más vulnerables. Un fracaso en toda regla que ya ha llevado al líder socialdemócrata Enrico Letta a hacerse a un lado. Tras estos resultados, el posfascismo de Meloni gobernará uno de los países fundadores de la UE, con la inestimable ayuda de las derechas en forma de blanqueamiento y que ahora, superadas por la opción más radical, quedan a merced de la agenda ultra en asuntos como inmigración, feminismo, derechos de las minorías, etc. La preocupación y la inquietud de Bruselas son obvias. La ultraderecha se está haciendo fuerte en todo el continente, amenazando el propio proyecto europeo desde sus cimientos. Los mensajes moderados, de tranquilidad, responsabilidad y estabilidad lanzados ayer por Meloni no son creíbles. Frenar a la ultraderecha y el neofascismo con alternativas sólidas, reales, eficaces en lo social y lo económico y de progreso es ya la urgente obligación moral de los demócratas.