Reconozco que es una hipérbole esta especie de deseo llevado al límite en momentos de exasperación, pero tiene que ser un gustazo entrar en ese lugar al que uno odia y convertir el mobiliario en serrín. Eso sí, con la motosierra rediseño objetos, las personas no aparecen en mi ensoñación. Qué se le va a hacer, es uno de mis sueños raritos y va un tío de Pontevedra y no se lo ocurre mejor cosa que, tras la negativa de un camarero a servirle una cerveza, volver al bar con una de esas herramientas de corte encendida, dispuesto a la venganza. Para que no faltara de nada, el hombre se personó en el establecimiento montado a caballo. Una entrada homérica que poco a poco se desinfló cuando otro cliente consiguió apagarle la máquina y, dado que nadie sufrió daño y –supongo– al tratarse de un experto en lo que es un mal pedo, el dueño del local decidió no interponer denuncia. ¿A qué viene esta historia? No lo sé con seguridad, motivos para el cabreo supino tenemos todos de vez en cuando, pero llevo tiempo pensando que hay una cifra que sube cada poco y que, desde el minuto uno, es insoportable: el número de personas muertas en sus puestos de trabajo en Navarra en este año. Con el trabajador fallecido el jueves en la panificadora Berlys de Pamplona vamos 17. Y subiendo...