Al parecer el 15 de noviembre la población mundial alcanzará los 8.000 millones de seres humanos. Ni una más ni uno menos. No sé cómo se calculan estas estadísticas, pero ahí está la previsión. Lo que veo es que en lugar de reflexionar sobre cómo hacemos habitable este planeta Tierra para esas 8.000 millones de personas quienes manejan los hilos de los poderes en el mundo están inmersos en una feroz competencia por ver quién saca más rendimiento económico a su destrucción global. Tras ocho meses de la invasión rusa de Ucrania, la guerra no sólo no desescala hacia una salida negociada que ponga fin al desastre humano, sino que se avanza hacia una escalada bélica mayor y ya se habla cada vez con más insistencia de la posibilidad de pasar a una guerra convencional a una guerra nuclear. Me cuesta mucho creer que podamos ser tan estúpidos, pero el afán de autodestrucción de los seres humanos con ellos mismos o con otras especies animales o vegetales que habitan junto a nosotros el planeta es una constante en la Historia. Me cuesta creer que Putin y sus militares sean capaces de usar su armamento nuclear, pero tampoco se puede descartar. Ya ocurrió una vez eso. Lo hizo EEUU en Hiroshima y Nagasaki, 140.000 y 70.000 víctimas mortales en apenas unos minutos. Probablemente, la mayor matanza indiscriminada de civiles de la historia de la humanidad. El más enorme crimen de guerra. EEUU nunca ha pedido perdón por aquella devastación. Y no dudo de que Putin tiene la misma falta de dignidad y de ética humanista que quienes decidieron lanzar aquellas bombas atómicas. Desde entonces y cada vez más, las guerras concentran un mayoritario porcentaje de víctimas entre la población civil. De hecho, ahora en Ucrania, pero también en Irak, Afganistán, Siria, Etiopía, Nigeria, Centroáfrica, Yemen... el armamento se usa contra los civiles. Esa cifra de 8.000 millones de personas, más aún en las zonas más desfavorecidas social y económicamente, apunta a un problema múltiple a partir de un modelo de hiperdesarrollismo económico de sobreexplotación de los recursos naturales y humanos basado únicamente en el máximo beneficio. El cómo gestionamos los recursos de la Tierra, cómo y qué consumimos, para qué inventamos, convierte el cuánto en problema. La falta de alimentos y las enfermedades endémicas causan cada año cientos de millones de muertos, mientras Occidente desperdicia de forma absurda alimentos e impide, atendiendo a los intereses de las grandes farmacéuticas, el acceso en igualdad de condiciones a las vacunas. La lucha por el agua en África, las crisis climática, el desmantelamiento del Estado de bienestar en Europa, la mercantilización abusiva y descontrolada de los recursos energéticos, el avance del modelo autoritario de explotación capitalista y pérdida de derechos y libertades y la progresiva imposición de un modelo socioeconómico globalizado de especulación financiera y sumisión de la política democrática a los intereses de los mercados generan un círculo vicioso de deterioro medioambiental y empobrecimiento general. El ser humano ha logrado grandes avances sociales y tecnológicos y descubrimientos científicos impensables hace sólo unas cuantas decenas de décadas, pero siempre persiste en los mismos errores.