Acabamos de saber que habrá selecciones de surf y pelota en lides oficiales, o sea, que competirán de vez en cuando por ahí fuera con un chándal propio, ni español ni francés. Enseguida hemos oído, y no esperaba otra cosa, que el avance a algunos les parece insuficiente, pues deja a un lado al resto de deportes olímpicos. Y hemos tenido noticia del enfado de otros, a los que tamaña alegría les resulta sectaria y arrogante, ya que lejos de acoger a todos los vascos del mundo mundial el equipo solo lo conformarán dos tercios. También hemos leído que ese logro ofende a parte del vecindario, ya sea porque el combinado dice llamarse vasco en lugar de vascongado, por usar una bandera que une y desune, porque el Gora ta Gora Euskadi no es el Himno de las Cortes ni tampoco, por supuesto, el Gernikako Arbola. Ya sea, yo qué sé, porque no están todos los que son y no son todos los que están. O porque lo ha logrado un partido y no otro, o porque no lo ha logrado un partido y sí otro.

No tenemos remedio. Yo creo que el nacionalismo moderno, que no es de por sí un oxímoron, no debería tratar tanto de defender la casa de mi padre como de que persista al menos un piso digno en pie, por si a un hijo le da por quedarse o refugiarse. Así lo han entendido armenios, kurdos e irlandeses. Y catalanes, ya que estamos. Aquí en cambio hay que aguardar hasta convencer del tirón a tres millones de paisanos, dos Estados, un gobierno autonómico, una comunidad foral, el distrito de Bayona y comarcas del Bearne en un puzle jacobino para que el pueblo se sienta satisfecho. ¿Y la diáspora? ¿Y Petilla? ¿Y Treviño? ¿Y Benidorm?