El PSOE ha estado envuelto en los últimos días, además de la habitual batalla política, en la celebración del 40º aniversario de su primera victoria electoral que llevó al gobierno del Estado a Felipe González, quien fuera durante décadas su indiscutible líder y continúa siendo un referente político para buena parte del socialismo español. No cabe duda de que la llegada al poder de la izquierda apenas siete años después de la muerte de Francisco Franco tras cuarenta años de una cruel dictadura supuso un gran revulsivo que exorbitó las esperanzas de “cambio” –el exitoso lema electoral socialista de entonces–, de aumento de las libertades y de profundización democrática apuntadas durante la transición. Los catorce años de gobiernos de Felipe González, sin embargo, ofrecen un balance con luces y muchas y espesas sombras que llevaron a convertir las expectativas abiertas en una etapa que terminó conociéndose, significativamente, como felipismo. Es obligado reconocer las muchas y graves dificultades de todo tipo que atravesaba el Estado español en aquel momento, sobre todo por el acoso de intereses muy vigentes de un franquismo instalado en amplios sectores de poder que se resistía a morir y que aún amenazaba con una vuelta atrás. Los gobiernos socialistas de entonces contribuyeron a una inaplazable modernización social y económica, no exenta de vaivenes y errores en su concepción y ejecución. La histórica entrada en la Comunidad Económica Europea (CEE), por ejemplo, fue un hito pero el precio pagado en muchos sectores –pesca, productores y especialmente, por volumen y en clave estratética, la industria y su caótica y durísima reconversión– aún se arrastra en la economía española desindustrializada y dependiente del turismo. Por lo que respecta al Estado autonómico, González rompió un principio tácito de la Constitución sobre las nacionalidades e institucionalizó la recentralización que aún perdura, sin olvidar que frenó el proceso de transferencias, vaciando el espíritu y la letra del Estatuto de Gernika. Con todo, lo que le perseguirá para siempre –y con él, a todo el PSOE– es la sombra criminal de los GAL, la guerra sucia y del terrorismo de Estado, así como la mancha de una corrupción sin límites, aunque quienes le han sucedido en los sucesivos gobiernos tampoco pueden presumir mucho en este aspecto.