El miércoles llamé a mi amiga para felicitarle por sus 48. Me equivoqué. Todavía tenía 47. Faltaban dos días, pero como nos separan 600 kilómetros nos dio igual y llenamos un par de horas al teléfono. Una amiga suya que tenía dos hijos y una pareja se había suicidado este lunes. No se había muerto por un paro cardíaco, no la había atropellado un coche. Se había suicidado. A mi amiga esto le ha removido toda la estructura y creo que le ha arrancado el suelo bajo los pies. Además de otras muchas cosas ella es muy racional, es pragmática, organizada. Siempre sabe qué hay que hacer y lo hace. Ahora no lo tiene tan claro. No puede tenerlo. Otra amiga psicóloga clínica dijo que había que dar asistencia inmediata a los dos niños de 9 años. Y a su pareja. A cada cual la suya, porque son shocks diferentes, explicó. Que tu madre haya decidido quitarse la vida cuando tienes 9 años y que tu pareja haya decidido quitarse la vida cuando tienes cuarentaypico y dos hijos pequeños en común son dos experiencias distintas. Son dos mazazos brutales. No se me ocurre nada peor. Nada más doloroso. Nada más difícil de manejar. Esa mujer a la que no he conocido y de la que sólo sé que era habladora, optimista y alegre, esa mujer que sabía desdramatizar las pequeñas miserias con un ‘venga, una cervecita’, lo había organizado todo. El lunes su pareja volvía de un fin de semana de trabajo fuera. El lunes iba a estar en casa. El lunes llevó a sus dos hijos al colegio sabiendo que su padre los podría recoger a la salida y se despidió de ellos. Quizá con más de un beso. Condujo hasta un parking de varias plantas de altura. Aparcó, envió a su pareja la ubicación. Y saltó.

Esa mujer habladora, optimista y alegre sufría una depresión clínica hacía un tiempo. Poco. Mi amiga no lo sabía, ella se había mudado fuera de la ciudad. Estamos ocupados, nos vemos cuando podemos, no siempre somos capaces de detectar en una persona hasta qué punto algo se ha apropiado de ella y ha tomado las riendas. Un abrazo enorme a quien haya pasado por esto.