La alcaldía de Pamplona es prueba fehaciente de la existencia de la reencarnación política. De momento, ya son dos los titulares de la vara de mando que en un momento dado la perdieron pero fueron capaces de recuperarla cuatro años después. El primero, Javier Chourraut, que de ser alcalde con UPN reeditó mandato tras Alfredo Jaime liderando una CDN que fue apoyada por el PSN e IU. Después, Enrique Maya, que llegó de su puesto de funcionario sin carné a la alcaldía por la graciosa decisión de Yolanda Barcina, fue más tarde relegado a la oposición por Joseba Asirón, y de nuevo entró en el despacho principal de la planta noble con Navarra Suma. Para los que crean que indefectiblemente se cumple la norma del no hay dos sin tres, la apuesta está clara: volverá Asirón el año que viene.

Que Enrique Maya dejará la alcaldía parece seguro. El entremés de esta semana, el anuncio difundido por su propio equipo de prensa de que no volverá a ser candidato para ser desmentido atropelladamente por el protagonista unas horas después, admite varias interpretaciones. La más prevalente, que aquí ha contado al minuto Kepa García, explica que en realidad se le ha querido amortizar antes de que él mismo contara qué es lo que pensaba hacer. Cierto que parecía poco propenso a competir por un nuevo periodo, que había manifestado su cansancio y ganas de preparar una jubilación fuera del foco, seguramente regresando un tiempo a su puesto de funcionario y reencontrando el disfrute vital de las clases en la universidad. Por si acaso, alguien en su partido ha creído que era mucho mejor darle un empujoncito a tiempo que incurrir en el riesgo de que pudiera cambiar de parecer a última hora. Con ser esta una versión muy verosímil y claramente acreditada por los periodistas que de esto saben, tampoco descartemos que lo que en el fondo ocurra tenga que ver con cierta melancolía. La noticia de la retirada se lanzó el mismo día en el que se anunciaba que Elma Saiz sería la candidata socialista, lo que en la simplificación mediática semejaba ser la imagen de uno que cierra la puerta por fuera y otra que la abre para entrar a su despacho. Como una alternancia ya preconfigurada por el signo de los tiempos. Demasiado cruel. Tal vez Maya sólo quiera que le quieran un poco, mantener la decisión en el alero unos días más para que cuando llegue el mejor momento ser él el que nos la cuente en primera persona, y de paso nos diga en qué cree que consiste su legado. El corazoncito de Maya necesita esperar un poco más, lo suficiente para comprobar que hay algunos que le llaman para decirle que lamentarán su pérdida para las labores consistoriales, que siempre habrá quien lo haga. Tiene derecho a que no sean otros los que cuenten una decisión que a él le corresponde, y hay tiempo, al menos hasta que se diseñen las listas, para que nos diga que en efecto ha decidido entregar la cuchara.

En una UPN regida por un mediocre, lo de la demolición preventiva de Maya tiene bastante sentido. El alcalde ha tenido un segundo mandato en el que ha querido reeditar el estilo gerencial y rutinario del primero, pero sin darse cuenta de que las circunstancias eran bien diferentes. Por suerte para él, en estos años lo que ha tenido delante ha sido un Asirón que no ha ejercido en tono exaltado, y una Esporrín que es en sí misma una broma, la mejor representante de la cortedad con la que operan los que como único mérito tienen el de la militancia y el apoyo cercano del sindicato hermano. Sin pudor nos ha contado que el PSN le buscará “una ubicación”, porque de eso se trata, de tenerla colocada en cualquier sitio para seguir medrando una nómina infinitamente excesiva en ponderación de sus capacidades. Maya se marcha con el mérito de que no ha permeado en él la vanidad del desempeño, ni ha amanerado su manera de hablar, ni se ha vuelto un táctico perverso. Ya por eso merece un respeto, todo lo contrario que el Esparza que ahora le da la patada. El enterrador de UPN ha creído que, ya que él no se apea del cartel porque no tiene dónde ir, al menos introducir el elemento renovador en Pamplona, y con una mujer al frente. En ese afiche pueril, paleto y acomplejado que ha puesto en las marquesinas y en el que dice “que no nos manden ni desde Bilbao ni desde Madrid” podría figurar, en cambio, el lema de Gundisalvo: “Demócrata, liberal, social, ecologista, cristiano, moderado, progresista, autonomista y lo que haga falta, ¡en las dosis justas!”.