Como a estas alturas tengo claro que vas a seguir mandándome correos, unos diez al día, me atrevo a comentarte alguna cosilla. Al principio –¿te acuerdas de aquella vez que busqué una batidora y me ofreciste todo tu conocimiento?– tu rápida respuesta fue enternecedora. Al principio, porque no se puede mantener una relación basada en un pequeño electrodoméstico y fueron muchos días de bombardeo. Pasó tres cuartos de lo mismo con los grandes éxitos de Camilo Sesto. Que me los pusiera un par de sábados (tres o cuatro, vale) para extremar con garbo no significa que los escuche a diario. Y ahí estuviste, dale que te pego con quererte a ti es morir de amor. Un tonto sigue un camino, se acaba el camino y el tonto sigue.

Esto parece que lo entendiste y empezaste a hacer propuestas mainstream. Estaba bien pensado: vinos, jamón, ropa y calzado, seguros de salud y hogar, descuentos en energía o carburantes, cosmética, regalos, cruceros, alarmas. No comprometen demasiado y sería raro que alguna no me causara curiosidad. Los encantos de Madeira, por ejemplo.

Lo de ahora me tiene mosca porque no sé si es que desbarras, es pura estrategia o que tienes de mí un alto concepto. Alto y errado, la verdad por delante, porque no sé de dónde te has sacado que tengo el interés y las aptitudes necesarias para meterme en un máster en controller financiero, un curso de cierre contable y fiscal, el de IVA en operaciones internacionales o ese tan interesante de logística y cadena de suministro. Y menos en inglés. No te lo estás currando y yo no estoy tan confundida como aburrida.

Que sepas que si esto sigue así, sin sorpresas que puedan celebrarse, sin aciertos, sin que hagas un esfuerzo por conocerme, se acaba. Directo a spam.