Claro, una vez que te eliminan de un Mundial, que tienes a millones de personas esperando con el machete en la mano y que no has metido ni uno solo de los 3 penaltis que tiras en la tanda es habitual que suenen palabras como Fracaso o Fiasco o que se pida la cabeza –cortada en juliana– del seleccionador. Esto es España, jodé, que decía Camacho. Aquí, cuando hay una cruzada contra alguien se lleva al máximo y con Luis Enrique, además, han tenido la suerte de que como el tipo no se calla pues ahora ya con la eliminación en la mano pueden bufar alegremente.

A mí, la verdad, no me gusta mucho cómo juega España, ese mover la pelota mil veces sin aparente intención, pero miro lo que hay, tanto lo que llevó Luis Enrique como lo que se ha quedado en casa, y no veo jugadores de primerísimo orden mundial. Veo que se jugó decentemente en octavos ante Marruecos y que sin crear mucho peligro se pudo ganar, como pudieron ganar ellos antes de los penaltis, así como veo que al equipo no le sobraba nada, que falta pegada y que la selección es, claramente, fiel reflejo del fútbol español actual. Pedri y Gavi aún no están en la elite mundial –a saber si alguna vez lo están–, Busquets está en la cuesta abajo, la defensa es correcta pero nada más y hacia arriba hay mucho trabajo pero poco killer. No hay un solo jugador entre los 20 o 30 mejores del mundo y además son la mayoría jóvenes.

Con esas mimbres, por supuesto se puede jugar mejor, tener más fortuna y avanzar más, pero perfectamente caer ya en primera ronda o como ahora en octavos. Cosa distinta es el problema de este país de creerse siempre capaces de casi todo o todo, cuando las cosas no eran así. Lo que sí es obvio es que, en esto sí, la afición estaba polarizada a favor o en contra de Luis Enrique –los medios la mayoría en contra– y que mucho aguante iba a tener que tener la Federación si hubiese querido seguir contando con él.