Mi primer Mediterráneo tiene aroma de naranja y arena de la Malvarrosa, hasta donde llegaba el tranvía de Manuel Vicent. Hasta allí nos llevó, sin embargo, un Renault 4 L de tres marchas recién nacido al tráfico. El segundo Mediterráneo trae espumas de aventura, de descubrimiento, de amistad, de gente añorada e irrecuperable, de noche estrellada entre Estepona y Marbella. El tercer Mediterráneo discurre, como en la canción, “entre Salou y Cambrils”, y tiene aire familiar, para lo bueno y para lo menos bueno, marea alta y baja de los sentimientos. Y a partir de ahí conservo también un Mediterráneo por el que pasa rápido el tiempo, muy rápido, y que se extiende de Cadaqués a Vera, pasando por Lloret, Benidorm o Denia como una ruta turística empujada por la corriente de lo cotidiano. Ahora, me quedo anclado frente a cala Pregonda, acariciado por el sol y el canto de la chicharra en Menorca mientras el agua lo absorbe todo como un cristal sereno y transparente. Todos esos mares, que son uno, se funden en la voz de Joan Manuel Serrat, que ayer ofreció el último concierto de su carrera cerca del sonido de las olas, en Barcelona. Se va el Nano pero nos deja, para disfrutarlo, su Mediterráneo.