La de hoy será la primera Nochevieja sin restricciones desde la de 2019 y la percepción de seguridad sanitaria instalada en la sociedad augura una intensa movilidad y concentración de personas en eventos colectivos. Existen razones objetivas para entender esa relajación, como indican los datos de incidencia descendente del coronavirus, las tasas de transmisibilidad bajo el umbral epidémico y la amplísima presencia de pauta completa de vacunación entre la ciudadanía. En consecuencia, no se trata de meter el miedo en el cuerpo de nadie ni de manejar el alarmismo como herramienta para intervenir sobre el estado de ánimo, pero tampoco cabe dar por amortizada toda precaución porque igualmente existen razones objetivas que mueven a la cautela. La propagación de la pandemia en China ha animado a restaurar medidas de control de la movilidad, de modo que los viajeros con origen o destino en ese país tendrán que asegurar que han cumplido todas las medidas de seguridad para no ser fuente de contagio. Los controles de viajeros decididos por varios estados –entre ellos el español, Italia, EEUU o varios de Asia–, han sido respaldados por la Organización Mundial de la Salud y la Comisión Europea insiste en mantener una vigilancia activa de los aeropuertos, con análisis de sus aguas fecales. Sin embargo, sorprende hasta cierto punto que no haya aún una acción consensuada y coordinada en el marco de los países de la Unión Europea. Sería conveniente que, puesto que la movilidad interior no estará restringida, haya al menos una pauta compartida de actuación y seguridad. Objetivamente, no estamos en la situación de 2020, cuando no había herramientas de tratamiento ni vacunas ni siquiera un conocimiento suficiente de la enfermedad. Europa está en estos momentos en unos niveles de inmunización mediante vacunas que no se alcanzan en ningún otro lugar y los territorios vascos están a la cabeza de Europa. Además, la experiencia acumulada permite responder con más celeridad y eficiencia. Pero no cabe perder de vista que los sistemas de salud de todo el continente están ya tensionados con la ola de enfermedades respiratorias –gripes y bronquiolitis–, que se han disparado al dejar de usar mascarillas, y que la responsabilidad individual y colectiva sigue siendo la mejor protección.