Suban al tiovivo de las emociones. En días pares, bajar el IVA a los alimentos es una atrocidad que agujerea las arcas del Estado. En días impares, ahí va la rebaja del IVA como paño caliente social para aliviar a las sufridas clases trabajadores que votarán en mayo, primero, y luego las generales en fecha a convenir. También durante meses y plenos consecutivos la renovación constitucional del CGPJ permanecía bloqueada por la armada judicial del PP. Bastaron solo diez minutos de una mañana, casualmente posterior al mensaje de Felipe VI, para que tan indomable posición frentista apareciera disuelta como azucarillo en medio vaso de agua. Puro tacticismo. Un año de política líquida, enmarañado por sangrantes y heterogéneas crisis endógenas y sobrevenidas, solo podía tener el sorpresivo desenlace del enésimo desconcierto. Y condenados a seguir así.

Es muy probable que en las próximas elecciones locales, apenas se escuche en la calle el eco de la tediosa pataleta judicial. Tampoco es descartable, por supuesto, que algunas decisiones del TC prendan la mecha y mantengan viva la polémica. O, incluso, que se demore más de lo previsto el pugilato por hacerse con la presidencia. Eso sí, puede darse por seguro que permanecerá encendido el foco delator de los populares sobre cada decisión que adopten Juan Carlos Campo y Laura Díez. En todo caso, son temas de salón y de tertulia recurrente que no alteran las conciencias sociales ni llegan a la barra del bar. En cambio, se cuentan por miles el batallón de beneficiados por los sucesivos guiños sociales del Gobierno de coalición. La diferencia vale su peso en votos.

La acción invasiva por determinante de un BOE en la mano en vísperas electorales resulta demoledora para cualquier oposición por muy juramentada que camine. Y no es el caso de la derecha española. El PP debería hacerse mirar su estrategia más allá del cortoplacismo de las encuestas. Ese descarado propósito de seguir dando la espalda a un necesario proceso negociador, arguyendo disculpas tan pueriles como las recientes de González Pons, suena a tiro en el pie. Sin otro discurso propositivo que reiterar sin desmayo a Sánchez su entreguismo ante socios bastardos por independentistas, la lucha partidaria se antoja desigual más allá del factor disuasivo que destila la gestión del líder socialista.

El carrete judicial no voltea las urnas. La economía, por supuesto que sí. De la absurda perreta del clan Arnaldo en el desprestigiado por politizado Poder Judicial y del paso en falso de Sánchez troleando leyes hablan cuatro y, además, siempre votan lo mismo. De la inflación, la cesta de la compra, el Euríbor, las pensiones y el escudo social se llenan las bocas. Entre una y otra marejada, la izquierda va surfeando la ola. El precio de la luz desciende a niveles impensables; la inflación es de las más bajas del entorno y en la carestía de la cesta de la compra las culpas no son solo para el Gobierno. Por si fuera poco, el PSOE ya tiene en su mano la mayoría en el Constitucional para los nueve años. Por eso, la coalición se ríe en voz baja de la batalla perdida en la forzosa unanimidad que eligió a los magistrados Sevillano y Tolosa en el CGPJ. Una derrota pírrica, sin apenas jirones, para luego ganar la auténtica guerra, el control del Alto Tribunal, ahí donde tiene que decidirse el sesgo de varias leyes vitales para la libertad y la convivencia.

Como siempre, queda el lunar de Catalunya. ERC no levanta el pie del acelerador aunque tenga su casa de la Generalitat hecha unos zorros, incapaz de sacar adelante unos Presupuestos ni de ganarse, por ahora, la más mínima confianza de nadie alrededor. La exigencia de un referéndum a la vista cuando todavía el discurso patrio no ha asimilado el ninguneo de la sedición y una malversación light levanta ampollas y compromete en exceso la suerte electoral de varios candidatos socialistas. Los republicanos catalanes necesitan de esta presión identitaria porque también se la juegan en mayo. Bien saben Aragonès y Rufián que no pueden competir por el mismo granero de votos bajo la descalificante imagen de botifler. Pero Sánchez huirá como gato escaldado del agua fría de esta exigencia, siquiera hasta el final de la legislatura. La más mínima duda sobre una incipiente concesión de semejante trascendencia podría favorecer una peligrosa abstención que se llevó por delante el zapaterismo. Sería jugar con fuego. Para esa labor desestabilizadora ya están sus socios. Las puñaladas públicas entre compañer@s no dejan de cruzarse. Y, desde luego, así nunca van a sumar.