Una de las panaderías en las que compro mi habitual baguette integral –nos viene la que mejor para los bocatas del enano– ha cambiado los precios –será ya la cuarta vez en medio año– y ahora la cosa acaba en 1. En 1 céntimo. Lógicamente, muchos días compró solo el pan y a lo sumo aprovecho y me echo el café de la mañana a la vez que compro el pan, pero como el precio del café acaba en cero –también ha subido unos 15-20 céntimos en el último año– pues la suma siempre acaba en 1. En 1 céntimo. Las excelentes trabajadoras de la panadería no pueden por lógica perdonar 1 céntimo que les viene impuesto desde quien le suministra el pan y yo creo que no he usado céntimos de euro menores a 5 nunca. Así que muchos días me vuelvo a casa con 4 o 9 céntimos en monedas, que irremediablemente saco de la cartera y meto en una hucha que tengo donde echo desde hace siglos moneda pequeña. 1 céntimo. No sé si será cosa del IVA o de qué, pero ese céntimo supone menos del 1% del precio de la barra, concretamente un 0,9%, con lo cual, visto desde el punto de vista macroeconómico no sé si es mucho o poco, puesto que igual una empresa se puede ir a la mierda porque en uno de sus productos –minoritarios del todo– deje de ingresar el 0,9% de los ingresos estimados. Quién soy yo para meterme a contable de una panadera si me dedico a juntar letras. Solo sé que el asunto es incordioso si vas con moneda a pagar. Incordioso para quien paga y para quien cobra. Porque no pienso dejar 4 céntimos o 9 por la jeró. Si el pan lo hiciese ella y el beneficio fuese para ella, pues me lo pensaría. Pero no es así. Viene de instancias muy superiores. Así que me cojo mis 4 céntimos o 9 y cada varios meses vacío la hucha y cambio para comprar alguna tontada. Lo que sí sé es que cuando hay precios así ves hasta el límite al que son capaces de llevarnos a los consumidores. No hay piedad. Hasta el último céntimo.