Se acabó. Ya no hay más. Hasta el año que viene. Además, estamos yendo hacia la luz. Bueno, quizá esto suene muy místico o incluso loco, lo cual en estos tiempos no es de extrañar, dicho sea de paso. Porque cada vez cuesta más encontrar cosas a las que agarrarse para ir superando las sucesivas cuestas que en los últimos años nos está poniendo el mundo. Ahora llega la de enero, por cierto. Pero el tema es que si no es que literalmente vamos hacia la luz la luz al menos ya va yéndose más tarde, lo cual, sin ninguna duda, es una de esas cosas a las que aferrarse que me refería. En concreto, ayer, que hizo un día bastante decente aunque con niebla a la espera de las posibles y necesarias lluvias de hoy, el sol se metió en Pamplona tras la línea del horizonte a las 17:48. Es la misma hora a la que se metía el 11 de noviembre, lo que es esperanzador. Que el día alargue por la tarde siempre ha sido, al menos para mí, una señal de que el mundo es un lugar que te da un respiro. Quizá tenga que ver que nací en diciembre, en el año más frío desde los 60, porque el caso es que tengo metido en el adn que el sol y el clima amable son lo mío. Mucha gente, en cambio, chapotea feliz entre agua, nieve, barro y viento. A mi se me empañan las gafas. Pero, claro, tiene que llover. Si no llueve en estos tres meses que vienen la situación en verano puede ser bastante severa. No te digo nada si por desgracia se repiten –ojalá no– temperaturas y olas de calor como las de junio, julio y agosto. Puede ser esto de nuevo un polvorín. Y además un polvorín más seco que el año pasado. Así que bienvenida sea la lluvia, pero que ya que se nubla al menos que llueva, coño, que ya que no podemos ver el sol al menos que sea con algo de sentido para saciar embalses y campos. Ánimo con la cuesta. Mañana oscurece un minuto más tarde que hoy. Y así sucesivamente, hasta los días en los que todo es posible.