Llega la cita anual de Davos, que reúne cada año a los líderes de los negocios, los jefes de Gobierno, empresarios e incluso alguna que otra celebridad en eso que llaman Foro Económico Mundial (FEM) para, según dicen, reestructurar el mundo. En realidad, es un sarao para impartir conignas a quienes luego se encargarán de salvaguardar la globalización neoliberal. Davos es siempre un mal lugar para los intereses de la mayor parte de las especies que habitan este planeta, también para la especie humana. Sus decisiones acaban siendo un listado de malas noticias para cientos de millones de personas.

La globalización no solo no ha puesto final a las desigualdades del sistema capitalista, sino que las ha acrecentado. No solo no ha transformado el capitalismo, sino que ha sustituido el capitalismo productivo por un capitalismo especulativo en el que el objetivo prácticamente ya único del máximo beneficio ha irrumpido en las entrañas de los bienes más básicos para la supervivencia de los seres humanos: el agua, los alimentos, la energía, la calidad medioambiental, el clima, la vivienda, la educación, el conocimiento, la ciencia, etcétera. Son ya objetivos de la avaricia mercantilista. Davos coincide de nuevo con el informe anual de Oxfam-Intermon sobre el reparto de la riqueza en el mundo y la creciente desigualdad entre seres humanos. Los datos vuelven a ser demoledores: la llamada recuperación económica ha favorecido cuatro veces más a los más ricos que a los sectores más desfavorecidos. Unos pocos acumulan la mayor parte de la riqueza mundial a costa de la pobreza, el hambre y la miseria de una inmensa mayoría de personas. La ONG llama, como alternativa, a tomar medidas que eviten la precariedad laboral e impulsen la redistribución de la riqueza para evitar que aumente la desigualdad. En realidad, el informe de Intermón Oxfam confirma una vez más las denuncias sobre el crecimiento de la desigualdad y las teorías que sitúan a esta como origen de los principales conflictos hechas públicas desde el comienzo de la crisis por expertos económicos y organizaciones sociales. Pero los llamados a Davos no habrán prestado atención alguna a esta realidad. Son ellos, precisamente, los encargados de dar el visto bueno a una política económica mundial decidida en otros lugares por otras personas, otros poderes no democráticos, oscurantistas y sujetos a exclusivos intereses particulares, en favor de esos muy pocos. Este capitalismo basado en la explotación de personas y recursos naturales sigue campando a sus anchas. Ni es economía, ni es libre mercado, es simple especulación, estafa y corrupción. Un robo masivo a la Humanidad. Es bueno, como alternativa en sus políticas públicas, fiscales y sociales, que Navarra se mire en el espejo y compare. Sobre todo que contemplen lo que se refleja en ese espejo los altavoces del catastrofismo. Ese crecimiento exponencial de la desigualdad amenaza ya severamente derechos fundamentales. No se trata de demagogia, sino de la urgente necesidad de revisar el orden de prioridades de las políticas para evitar el regreso a los desequilibrios económicos y sociales viejos y nuevos y a sus desgarradoras consecuencias, De impulsar una democracia social como alternativa a la democracia liberal del sálvese quien pueda, que asiente de forma estructural la cohesión y equidad de la sociedad como mejor fórmula de estabilidad y de convivencia. Lo otro es caos, violencia, guetos y miseria.