Hola personas, bienvenidos a este ERP que es ERP de efeméride y aniversario. Un Rincón del Paseante, este que ahora empezáis a leer, diferente ya que va a ser un poco de ”paseante-balance vital”. Vamos a verlo.

Tal día como hoy, viernes 27, el último lunes de enero de hace 65 años, mi querida y añorada madre me alumbró en el paritorio de la clínica de Nuestra Señora del Pilar, sita en la céntrica avenida de Roncesvalles. En misión tan beneficiosa para la humanidad le asistió el Dr. Don Julián Alcalde, a cuyas manos vinimos miles de pamploneses de aquella época, y en aquel instante comenzó mi andadura pamplonesa que, a grandes rasgos, ahora veremos.

Aquel chalet lo recuerdo como si fuese ahora, y no porque se me quedase grabado el día que vi la luz, no, sino porque las mujeres de la familia, tías y primas, siguieron dando nuevos miembros al censo de nuestra querida Iruña y las visitas para conocer al neonato eran obligadas. Recuerdo por encima de todo su olor, lo reconocería en el último confín del mundo, y recuerdo su recibidor, impecable, con su tarima brillante y sus escaleras, recuerdo que en el primer rellano tenían un ventanal que daba al jardín trasero desde el que se veía un estanque con peces de colores. Una vez en el primer piso se llegaba a un distribuidor cuadrado en cuyos lados se encontraban las puertas de las habitaciones, las pocas habitaciones con las que contaba, 6 o 7 como mucho. Tras subir la media docena de peldaños que tenía una escalera de piedra que había a la entrada, siempre nos recibía una monja que saludaba a mi madre y que a nosotros nos hacía las cucamonas de rigor contándonos que ella nos vio nacer y que hay que ver que grande te has hecho, ya eres todo un hombre y cosas así.

Pero un mal día llegó la CAN con sus máquinas destructoras y arrasó con todo. El chalet de la clínica pasó a ser historia y el del Dr. Muniain, que hacía esquina con Carlos III, corrió la misma suerte, y con ellos todos los de su entorno, un entorno que era digno de haberse conservado, no porque yo hubiese nacido allí, que también, sino porque aportaba a la ciudad un sabor y un empaque que lo que vino en su lugar no lo tiene ni de lejos.

De aquel lejano día a hoy han pasado, como digo, 65 años, y 65 años vividos en esta ciudad, con los ojos y las orejas bien abiertos, dan para mucho y a poca memoria que uno tenga, si es capaz de solapar la ciudad de antes con la de ahora, consigue que sean varias las pamplonas que uno ha vivido. Así, por ejemplo, ahora vivo una prolongación de conde Olivetto con la Avenida del Ejército, pero viví una tapia al final de la primera y ahí acababa el centro de la ciudad, ahora vivo un San Juan desarrollado, moderno, cosmopolita, pero viví un San Juan hortelano y rural, ahora disfruto de una Vuelta del Castillo limpia, ordenada, clara, pero disfruté hasta el extremo de una vuelta del Castillo salvaje, inhóspita, de oscuros rincones llenos de aventuras, viví un Lezkairu lleno de huertas y perros y pájaros y ahora lo vivo lleno de edificios passivhaus. Viví aquella Pamplona en la que ir a la Taconera a alquilar una bicicleta al Sr. Canarias en su pagoda japonesa de triple tejado era fiesta grande, y disfruté aquellas tardes de verano en las que mi abuela Luisa nos llevaba a la plaza de San José a ver los curriños en donde dejábamos la voz para avisar que venía la bruja.

Y mi vida seguía, y fui perillán de aquellos que corríamos delante de Marinerito tras haberle provocado, de los que pedíamos una peseta de caramelos tírame la pesa a la kioskera de Calceteros para salir por piernas al grito de que te los de tu puta madre, cabrón. Y pasé tardes en la Magdalena pescando con una pita enrollada en un pedazo de corcho con un anzuelo y una lombriz que acababa sus días ensartada y remojada siendo menú de una chipa. Y tantas y tantas cosas.

Y fui creciendo y conmigo ella y a mí me pusieron pantalones largos y a ella le nacieron barrios y ensanches y avenidas, y cambié de gustos. Ya no me divertía ir a pescar sino ir a ver a las chicas de carmelitas en la plaza de la Cruz, o a las de ursulinas en los Caídos, y ya no me divertía ir en bici por la Taconera sino bajar en moto a Mutilva o subir a Badostain. Y la ciudad fue cambiando y la sociedad fue cambiando y se murió un señor bajito y con bigote que lo controlaba todo y se abrieron las puertas del recreo y salimos todos en tropel. Y yo seguía creciendo entre las calles del viejo Pamplona, y descubrí lo ricas que estaban las sardinas del Marrano con un porrón de vino, y descubrí las patatas bravas del Ganuza y los pimientos del Roch, y descubrí ahí otra Pamplona que me estaba esperando tranquila, paciente, sabiendo que yo llegaría a ella porque casi todos hemos llegado a ella, y la disfruté. Y fueron apareciendo sitios nuevos, modernos, con innovaciones traídas de fuera y estas cosas nuevas las fuimos alternando con las cosas de siempre, permitiéndoles vivir en feliz comunión, y empezó a nacer otra ciudad nueva, la número N, aquella en la que apareció San Juan con sus bares de marcha, con sus colores nacidos de la psicodelia, con su música de rocanrol, y la disfruté. Y de esa época pasamos a otra y a otra y a otra y así hasta ahora, 65 años después. He sido feliz y casi no me he dado cuenta de que han transcurrido tal cantidad de años, pero han transcurrido, ya lo creo que han transcurrido. Y si yo hubiese sido un probo y formal trabajador de alguna empresa al uso hoy estaría celebrando con vosotros mi jubilación, pero como siempre fui culo de mal asiento, me temo que ese día aun habrá de esperar un poco. De momento aquí sigo y sigo disfrutando de mi pueblo y de mi entorno como el primer día, pero con dolores varios.

Por otro lado, mañana, sábado, día 28, esta sección que ahora leéis, este Rincón del Paseante, que semana tras semana os cuenta casos y cosas de este palmo de tierra que nos alberga, cumplirá la nada desdeñable cifra de 5 añitos, cinco años en los que puntualmente D. Patricio y yo hemos estado semana tras semana, escudriñando algún rincón, recorriendo algún lugar, conociendo algún personaje, buceando en alguna historia, removiendo algún sucedido, resucitando algún muerto o recordando algún hecho, hemos metido todo ello en la coctelera, la hemos agitado y hemos preparado un combinado en el que esperamos que todo o casi todo lo que atañe a nuestro entorno se haya visto reflejado. Sin duda hay ingredientes que faltan, por ello seguimos en la brecha e intentamos añadirlos. Vosotros juzgaréis si lo conseguimos.

A por otros cinco.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com