Un avión estadounidense derriba en Alaska con disparo de munición un “objeto volador no identificado”, en palabras del Gobierno de Estados Unidos. Esta película ya la he visto: la supuesta acción de defensa yanqui deriva en una invasión de platillos volantes, con la cúpula del edificio del Congreso de EEUU reventada y el presidente de la nación escapando a toda leche en el Air Force One. Estas tres ideas han dado para muchas horas de cine. Pero el paso de la ficción a la realidad lo ha acabado arruinando la portavoz de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, al afirmar en rueda de prensa que no han encontrado indicios de “alienígenas o actividad extraterrestre” en los recientes objetos abatidos. Que no nos hagamos películas, vaya.

Pero es que el relato de días anteriores de los globos espías chinos, en el inicio de esta trama, no tenía nada de fantástico ni de sofisticado, al menos el que se le supone a un servicio de contrainteligencia; no sé, un James Bond originario de Wuham, una Mata-Hari extraída de los tugurios de Chengdú, un gris funcionario de la CIA en nómina o un agente doble. ¡Pero soltar un globo como si fuera una fiesta de cumpleaños..! El espionaje tiene una parte fascinante que ha alimentado la literatura y los guiones cinematográficos. Uno espera encontrar entre las largas estanterías de un bazar chino una puerta de acceso a un complejo tecnológico de recogida de datos con receptores que graban y almacenan todos nuestros movimientos. Parece que no hay nada de eso; y si lo hubiere, estará oculto tras las cajas que guardan globos de mil tamaños y colores.

Por todo lo anterior, celebramos la aparición de objetos voladores no identificados que confirmarían las teorías de los ufólogos que, desde hace tiempo, defienden frente al excepticismo general que los extraterrestres nos vigilan, ahora, al parecer, en una extraña alianza con los chinos, siempre dispuestos a expandirse por nuevos mercados. Y quizá el globo y los ovnis solo han sido un señuelo para despistar y desviar la atención de otros movimientos en esta guerra fría del siglo XXI entre los dos gigantes de la economía mundial. Estados Unidos decidió pinchar el globo y destrozar el ovni. Es la nueva diplomacia: primero disparar y luego contarnos su película.