Sin nacionalidad

La última del dictador Daniel Ortega, que seguramente a esta hora será solo la penúltima, ha sido despojar de la nacionalidad nicaragüense a 94 personas. Se suman a una larga lista de declarados enemigos del pueblo a los que, después de ser encarcelados o arrojados a exilio, se les ha pretendido infligir la humillación postrera de retirarles la ciudadanía y la de requisarles todos sus bienes en el país. En la relación de represaliados destacan grandes nombres de la literatura —prácticamente todos, sandinistas y antisomocistas de primera hora— como el premio Cevantes y ex ministro Sergio Ramírez o la escritora Gioconda Belli. Esta última contestaba ayer al sátrapa con unos versos: “Y te amo patria de mis sueños y mis penas / y te llevo conmigo para lavarte las manchas en secreto / susurrarte esperanzas / y prometerte curas y encantos que te salven”. Era su forma de dejar claro que no hay disposición legaloide que sea capaz de desprenderla del amor incondicional a su tierra.

Comandante Dos

El obispo Silvio Báez, la escritora feminista Sofía Montenegro, las activistas por los Derechos Humanos Azalea Solis y Vilma Núñez o los periodistas Carlos Fernando Chamorro y Wilfredo Miranda (corresponsal de El País) forman parte también de la siniestra nómina. Todos comparten la misma y patética acusación a la que se acogen desde tiempo inmemorial los regímenes autoritarios: traición a la patria. Antes que ellas y ellos, también vieron retirada su nacionalidad los 222 presos políticos que, tras sufrir indecibles torturas en las mazmorras de Ortega, fueron expulsados a Estados Unidos hace ahora una semana. Es algo más que significativo que en el grupo se contara la legendaria guerrillera Dora María Téllez, conocida como Comandante Dos porque era la segunda en el escalafón revolucionario tras el tipo que ha acabado convirtiéndose en su despiadado represor.

La izquierda calla

Téllez, Belli, Ramírez, Báez y el resto son apenas una ínfima muestra de la crueldad del carcinero de Managua. Desde que estallaron las primeras protestas en 2018, los asesinados por los escuadranes de Ortega se cuentan por miles, igual que los apresados o los exiliados. Y todo ocurre ante una atención mediática más bien discreta, pero sobre todo, frente al silencio cobarde y cómplice de una izquierda que siempre está en primer tiempo de denuncia cuando las injusticias las cometen los malos oficiales. Si les quedara media gota de honestidad, sabrían reconocer en Ortega a Pinochet, Videla, Ríos Mont, Stroessner, Banzer o, sin ir más lejos, los tres Somoza.