Claro, el ciudadano, al final, por mucho que quiera confiar, acaba viendo lo que acaba viendo: los mismos o casi idénticos optando a los puestos políticos. Y eso, queramos o no, genera esa desconfianza que ya es casi un rasgo del adn y que, la verdad, quizá beneficia a los políticos, pero no a los ciudadanos, en la medida en la que produce un desapego que se acaba volviendo más en contra del votante y contribuyente que de la propia clase política. Volvemos a tener un ejemplo para el futuro Ayuntamiento de Pamplona, con la designación de la ahora concejal Carmen Alba como 2ª en la lista por parte del PPN, pero podríamos mirar a bastantes y en todos los partidos –sin excepción–, con varios casos de políticos y políticas cercanos ya o rebasando los 20 años en cargos de libre designación o laboral o política o ambas. Alba, por ejemplo, hay que remontarse al siglo pasado para ver que fue concejal con 24 años, en 1991. 32 años más tarde, lo es y volverá a optar a serlo y lo hace en el PPN, al que llegó vía UPN. ¿Tienen todos derecho a continuar su labor política por mucho que desde fuera nos parezca que siempre se repiten los mismos o casi los mismos nombres? Sí, claro, lo tienen, incluso en algunos casos podríamos afirmar sin rubor que son las aparentes mejores bazas de sus partidos para los puestos para los que han sido designados, pero el asunto no es tanto el nombre propio concreto como la visualización que desde fuera tenemos de las dinámicas: o ahí dentro se está muy caliente o afuera hace más frío del que aún creemos. Sí, también estarán –seguro– aquellos que tengan la certeza o la seguridad de que su labor es necesaria para la sociedad, algo que desde fuera es complicado rebatir, puesto que, nos guste o no, es indudable que los políticos son necesarios en este sistema y van a seguir siéndolo. Solo ellos y ellas, no obstante, saben si su desempeño es digno o no.