El sexto toro se quedó en la dehesa del escultor y se libró de la pintada. El perfil escultórico de cinco toros en los corrales de Santo Domingo fue vandalizado a pocas semanas de su instalación. Una pintada: “Pamplona apesta”. Y es verdad. Si nos atenemos a la acepción de “viciar” dentro de las opciones que la RAE ofrece del verbo rotulado, apestar equivale a “dañar física o moralmente”. Daño a un bien público y daño a la dignidad del arte del grafiti. Pamplona es una ciudad vandalizada por pintadas ilegales, con pretensiones artísticas en el mejor de los casos. En papeleras, bancos, jardineras, fuentes, persianas y paredes. La abundancia de bajos comerciales sin actividad estimula la tropelía. En algunas zonas, incluso turísticas, la sensación visual es de suciedad. Por pintadas y por proliferación de carteles propagandísticos. Instaladores de persianas aconsejan contratar a un grafitero de confianza antes de que ese bien sea asaltado con aerosoles y nocturnidad. Está vigente una Ordenanza Municipal sobre Promoción de Conductas Cívicas y Protección de los Espacios Públicos, pero no parece disuasoria. Es quizá una de las Ordenanzas menos respetadas, incluso por la propia Administración. Por acción y por omisión. “Los comportamientos incívicos, si bien minoritarios (sorprendente nota de resignación en un articulado regulador), además de dañar bienes y espacios que son patrimonio de todos, suponen un ataque a la convivencia, una actitud de insolidaridad y una falta de respeto”. La Ordenanza prohíbe “pintadas, escritos, inscripciones y grafismos en cualesquiera bienes públicos o privados”. Su infracción –falta leve– puede acarrear una multa de hasta 750 euros, además del coste de la limpieza. Requieren de autorización del Ayuntamiento “los murales artísticos sobre vallas de solares, cierres de obras, paredes medianeras y similares”. Sin respeto garantizado. Como al mural de las pioneras, en Lezkairu. Otra vez vandalizado.