Un peñazo

Como suele ocurrir tantas veces, los tráilers han sido mejores que la película. Es verdad que hubo media docena de momentos grotescos protagonizados por el candidato propuesto por Vox para sustituir a Pedro Sánchez como presidente del Gobierno español, pero la función de ayer en el Congreso de los Diputados no se pareció al despiporre continuo que nos habíamos imaginado. De hecho, estoy por asegurar que la primera jornada de la gili-moción de censura resultó un peñazo como la copa de un pino. Y lo vimos bien pronto, además. En cuanto salió el padrino del lisérgico aspirante a perorar en la intervención que abría el dislate, supimos que nos aguardaban horas de bostezos encadenados. Es verdad, como escuché ayer a alguien bastante lejano a la ideología del caudillín de Amurrio, que Santiago Abascal ha cogido alguna tabla que otra. Pero también lo es que tiene tan archirrepetida la matraca, que es absolutamente imposible que sorprenda cuando echa sus porquerías por la boca. El peligro, de hecho, es que hemos escuchado tantas veces sus barbaridades, que ni nos indignan.

Despropósito

Y en cuanto a la efímera prima donna del despropósito —el viernes Ramón Tamames será pasto del olvido—, cabe apostillar muy poco. Se limitó a retratarse como lo que en realidad ha sido siempre: un caradura con un ego de aquí a Lima, unos principios de la solidez de unas natillas y un conocimiento nulo de la realidad. Como me tengo empollado al personaje desde hace varios decenios, tampoco me trago ni lo de su profundidad intelectual ni lo de su acumulación de sabiduría académica. Si algo quedó acreditado con sus regüeldos sobre el salario mínimo y la acusación de haraganes a los parados, es que el autor del celebérrimo manual de Estructura Económica suelta las mismas gañanadas que cualquier cuñado en la barra de un bar. Lo de acusar al socialista Largo Caballero de provocar la guerra civil termina de delatar a un tipo cuyo pensamiento está hecho a base de retazos de las soflamas de Jiménez Losantos, César Vidal o Pío Moa.

A placer

Así que el pronóstico que se cumplió con mayor precisión fue el de la estratosférica comodidad de Pedro Sánchez, que disfrutó de una sesión de baño y masaje como no recordaba desde hace muchas lunas. Tan a gusto estaba el inquilino de Moncloa, que se permitió largarse una parrapla de hora y media trufada de pellizcos de monja para el esparring nonagenario y de soplamocos a manos llenas para su patrocinador, Abascal. Y cuando sintió que ya había perdido suficiente tiempo, cogió la puerta y se marchó.