La derecha está enfurecida. La de aquí y la del conjunto del Estado. Su malestar responde a una lógica aplastante. La estancia en la oposición se está alargando de tal manera que le resulta difícilmente soportable.

En Navarra, hace ya ocho años que perdió el Gobierno y once desde que se quedó en minoría parlamentaria. Y en España Pedro Sánchez está a punto de cumplir un lustro de residente en Moncloa. Demasiado tiempo para todo el espectro de la derecha –incluidos los ultras de Vox–, que no sabe muy bien qué tecla tocar para recuperar ese poder institucional que transmite la sensación de que le pertenece por alguna acción divina o por el artículo 33.

La ridícula moción de censura de esta semana ha evidenciado lo desnortada que está la extrema derecha y lo incómodo que se siente el PP cuando debe marcar diferencias con quien sabe que ha de buscar el entendimiento a partir del 28 de mayo en más de una institución, por mucho que los de Abascal cotizan claramente a la baja.

En líneas generales no son buenas las perspectivas electorales para la derecha. Sobre todo en la Comunidad Foral, donde ni una sola encuesta le da posibilidad alguna de volver a gobernar. Y en su desesperada carrera por tratar de regresar al poder ha optado por una estrategia poco cautivadora.

No hay más que fijarse en el proceder de UPN, que ha convertido en competidores a los que hasta ahora eran sus socios en Navarra Suma. Y todos ellos se han puesto manos a la obra para librar una batalla sin cuartel por el mismo espacio político, donde casi todo vale. Desde fichar excargos públicos –el PP lleva un mes anunciando el goteo de conocidos rostros del regionalismo que pasan a sus filas– hasta meter el dedo en el ojo al adversario. Es lo que toca, pero da lo mismo.

Todos saben que, una vez pasados los comicios, habrá que restablecer alianzas como si nada hubiera pasado. Un escenario, en definitiva, incómodo para la derecha, a la que sin embargo conviene no subestimar. Porque ahí va a seguir. Malencarada, repitiendo que todo está mal, a la espera de dar su zarpazo. Pero no puede negar que ahora está enfurecida. Se le nota a la legua.