Mientras en Francia las calles revientan, aquí revientan las terrazas. Mientras allí crece la sensación de que les están robando la vida, aquí la vida se acomoda reclamando un merecido sosiego ante una ración de calamares. Y cuesta creerlo. Y no es que los franceses estén peor. Su reforma de las pensiones ya la inicio aquí Rajoy en 2013. Nos jubilamos a los 66 pasados y todavía hay pensiones de 743€. Además, vamos sobrados de carestía, corrupción, inflación, especulación inmobiliaria, tráfico de capitales, desempleo, desigualdad, eméritos por cuenta ajena, ministros espías y VOX rociando el Congreso con amonal. Pero lo llevamos con altas dosis de pesimismo indulgente y aceptación de oficio. Mientras tanto, los vecinos han reeditado el mayo de 68 en pleno marzo florido. El otro día casi 4 millones de personas entre 15 y 85 años tomaron las calles de norte a sur. Había chavales de 16 años protestando contra la jubilación a los 64. Así llevan nueve días de huelgas y movilizaciones generales. Y es que la macroniana reforma de las pensiones aprobada por decreto solo ha evidenciado la destrucción de los valores democráticos y republicanos, los que sustentan (o sustentaban) el Estado del Bienestar francés.

En el fondo, los franceses se han echado a la calle para recuperar la buena vida, la vida protegida. Y todo lo que garantiza la protección pública frente a la adversidad. Y ahí están, maestras, panaderos, cirujanas, libreros o albañiles se lo han tomado con si la vida les fuera en ello. De la mano de organizaciones y sindicatos con una alta capacidad de generar vinculación colectiva.

Vale, de acuerdo, aquí también nos movilizamos, sí. Pero muy sectorialmente y de manera corporativa. Como fogonazos aislados disparados por luchas segmentadas carentes de esa universalidad y globalidad que requiere una Huelga General.

Mañana en La France, décima Huelga General.