Mi analista de medios particular lo tuvo claro desde la primera vez que Ana Rosa abrió la boca y el conde Lequio decidió esconderse tras un manto de silencio: “La niña es de su hijo”, sentenció. Para entendernos: ‘la niña’ es la bebé con la que sale retratada en la portada del ¡Hola! la polifacética Ana García Obregón cuando abandona un hospital de Miami. ‘El hijo’ era Álex (fallecido a una edad en la que nadie debería morir), fruto del matrimonio de la presentadora con el aristócrata italiano, conquistador empedernido ya retirado. La teoría de mi analista es que el esperma de Álex fue congelado y ahora ha servido para que la Obregón pagara un vientre de alquiler y en su doble papel de abuela y madre recuperara una parte de su trágica pérdida. El asunto no es baladí; ministras, líderes políticos, juristas, expertos en reproducción asistida, taxistas y amas de casa han dado su opinión: todos los informativos de hora punta han recogido la noticia. No voy a juzgar aquí a Ana Obregón, que ha abierto un debate apasionante y necesario; solo diré que me parece un acto egoísta: creo que ha pensado más en sus carencias emocionales que en las necesidades que demanda una niña en sus primeros años de vida. Solo la prensa rosa celebra el nacimiento de una futura estrella que recupere los históricos posados en Mallorca de su mamá.