La filtración de varias decenas de presuntos documentos secretos del Pentágono estadounidense ha sacudido en los últimos días la política exterior de medio mundo por las implicaciones diversas que tiene el incidente. En primer lugar, el temor de los responsables del espionaje y la defensa norteamericana de que sea la punta del iceberg de una nueva cascada de datos como las que Wikileaks protagonizó en el pasado y que pusieron contra las cuerdas las operaciones militares y antiterroristas lideradas por Washington. La existencia de datos en estos nuevos documentos que implicarían prácticas de espionaje estadounidense contra sus propios aliados (Israel, Reino Unido, Hungría, etc) generan una incomodidad en las relaciones diplomáticas que cabría considerar relativa. A estas alturas, no parece sorprendente esa práctica por parte de los servicios de inteligencia de medio mundo, como no lo sería el hecho de que al menos una parte de las mismas fueran un mero ejercicio de desinformación. En cualquier caso, el aforismo latino cui prodest –¿a quién beneficia?– para tratar de discernir entre ambas posibilidades sigue aplicando. Los datos filtrados tienen efectos mixtos en ese sentido. Por un lado, la filtración de la situación militar de Ucrania y sus limitaciones de armamento podría acabar siendo disuasoria de la ofensiva de primavera que contempla Kiev. Por contra, el manejo de las cifras de bajas en combate parecen manipuladas, según los analistas, en favor de un menor impacto del daño recibido por las tropas rusas, lo que apaciguaría cualquier contestación interna –si esto es aún posible– a la estrategia belicista de Moscú. Tampoco beneficia a la Administración Biden el incendio que genera el informe que acusa al Mossad israelí de estar detrás de las protestas contra la reforma de la justicia en este aliado tradicional de Washington. Pero todo ello pasa por considerar veraces los documentos filtrados para beneficio de los intereses de Moscú y en detrimento de la seguridad estadounidense. Por contra, si asumimos la eventualidad de una maniobra de desinformación, el impacto sobre la fiabilidad de los servicios de inteligencia estadounidenses no sería grave, y bastaría con contener su afectación diplomática. La crisis se desactivaría rápidamente. Pero, en el corto plazo, la inestabilidad económica y estratégica global puede ir a peor.